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La Navidad y las fiestas de Año Nuevo han vuelto a Belén, tras dos años de silencio. La ciudad sentía el dolor de Gaza y se oponía a festejar ante la muerte de sus compatriotas. La violencia no ha cesado ni en la franja ni en Cisjordania, pero este 2025 Belén ha optado por proyectar «esperanza». Al mundo, y sobre todo a sus habitantes, que sin turistas y sin peregrinos han sufrido, y siguen sufriendo, la mayor crisis económica.
En Belén, frente a la basílica que guarda la gruta donde se sitúa el nacimiento de Jesús, un Papá Noel hace sonar una campana, mientras varias familias posan ante el árbol de Navidad, de 15 metros de altura.
La estampa se siente nueva. En los últimos dos años no ha habido celebraciones, en «solidaridad» por la sangrienta ofensiva israelí contra Hamás en Gaza. Una violencia que ha ahuyentado a los turistas y hundido en la tristeza a la ciudad.
«Cada día mi padre me decía: ‘Rony, ve a abrir la tienda’. Y yo contestaba: ‘pero papá, ¿para qué si no hay gente?’. Y él replicaba: ‘¡no! ¡Es por la esperanza, por nuestra historia!'», explica Rony Tabash, vendedor de souvenirs religiosos y navideños.
Rony Tabash es de los pocos vendedores de crucifijos y pesebres de madera de olivo que no ha echado el cierre. Su abuelo abrió la tienda en 1927 y ahora él ha heredado un negocio para el que trabajan 25 familias.
«Nadie ha venido a Belén y ha sido muy difícil, para nosotros, y para todas las familias que tallan la madera de olivo», afirma.
En la misma calle, Jack Giacaman esculpe nacimientos, como lleva haciendo 35 años.
«Los dos últimos años han sido los peores de nuestra vida. Incluso durante el Covid lo pasamos mal, no había turistas, pero al menos hacíamos algún negocio», asegura.
Se muestra pesimista, con el añadido, dice, de que Israel ha aumentado los checkpoints. Todo ello no solo afecta a comerciantes, sino a taxistas, hoteleros y guías turísticos.
«Israel ha convertido a Belén en una gran cárcel cerrada. Estamos sufriendo de verdad, y dependemos más del apoyo de la familia que vive en el extranjero. Mi hermano trabajaba conmigo y se ha ido a otro país para alimentar a su familia», indica.
No es el único. Hasta 4.000 han emigrado de una ciudad de 32.000 habitantes. El 85% de Belén depende del turismo, y en dos años ha acumulado un 60% de desempleo y pobreza, como cuenta su alcalde, Maher Nicola Canawati. Ha decidido inyectar «esperanza» navideña, como un primer paso para revitalizar la economía.
«Queríamos reunir esperanza porque mucha gente la perdió, y cuando eso ocurre es el fin. Porque sin esperanza no podremos continuar», dice el alcalde a RFI.
Confía en que Belén vuelva a atraer a peregrinos porque es un lugar seguro y clave para el cristianismo. Es el mensaje más repetido en estas calles vacías, que tímidamente empiezan a remontar.
La Navidad y las fiestas de Año Nuevo han vuelto a Belén, tras dos años de silencio. La ciudad sentía el dolor de Gaza y se oponía a festejar ante la muerte de sus compatriotas. La violencia no ha cesado ni en la franja ni en Cisjordania, pero este 2025 Belén ha optado por proyectar «esperanza». Al mundo, y sobre todo a sus habitantes, que sin turistas y sin peregrinos han sufrido, y siguen sufriendo, la mayor crisis económica.
En Belén, frente a la basílica que guarda la gruta donde se sitúa el nacimiento de Jesús, un Papá Noel hace sonar una campana, mientras varias familias posan ante el árbol de Navidad, de 15 metros de altura.
La estampa se siente nueva. En los últimos dos años no ha habido celebraciones, en «solidaridad» por la sangrienta ofensiva israelí contra Hamás en Gaza. Una violencia que ha ahuyentado a los turistas y hundido en la tristeza a la ciudad.
«Cada día mi padre me decía: ‘Rony, ve a abrir la tienda’. Y yo contestaba: ‘pero papá, ¿para qué si no hay gente?’. Y él replicaba: ‘¡no! ¡Es por la esperanza, por nuestra historia!'», explica Rony Tabash, vendedor de souvenirs religiosos y navideños.
Rony Tabash es de los pocos vendedores de crucifijos y pesebres de madera de olivo que no ha echado el cierre. Su abuelo abrió la tienda en 1927 y ahora él ha heredado un negocio para el que trabajan 25 familias.
«Nadie ha venido a Belén y ha sido muy difícil, para nosotros, y para todas las familias que tallan la madera de olivo», afirma.
En la misma calle, Jack Giacaman esculpe nacimientos, como lleva haciendo 35 años.
«Los dos últimos años han sido los peores de nuestra vida. Incluso durante el Covid lo pasamos mal, no había turistas, pero al menos hacíamos algún negocio», asegura.
Se muestra pesimista, con el añadido, dice, de que Israel ha aumentado los checkpoints. Todo ello no solo afecta a comerciantes, sino a taxistas, hoteleros y guías turísticos.
«Israel ha convertido a Belén en una gran cárcel cerrada. Estamos sufriendo de verdad, y dependemos más del apoyo de la familia que vive en el extranjero. Mi hermano trabajaba conmigo y se ha ido a otro país para alimentar a su familia», indica.
No es el único. Hasta 4.000 han emigrado de una ciudad de 32.000 habitantes. El 85% de Belén depende del turismo, y en dos años ha acumulado un 60% de desempleo y pobreza, como cuenta su alcalde, Maher Nicola Canawati. Ha decidido inyectar «esperanza» navideña, como un primer paso para revitalizar la economía.
«Queríamos reunir esperanza porque mucha gente la perdió, y cuando eso ocurre es el fin. Porque sin esperanza no podremos continuar», dice el alcalde a RFI.
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