Sin eufemismos, por favor

«No podemos matar toda la actividad económica por salvar las vidas». Esas son las altruistas palabras del Gerente General de la Cámara de Comercio de Santiago, Carlos Soublette. Sus palabras apuntan al Estado, el siempre rescatista de nuestros criollos capitalistas, que buscan su cobijo para salvar sus negocios privados. Sus palabras nos hacen mirar en retrospectiva.
Chile se nos presenta como un país de eufemismos, en donde el sector empresarial (una parte de éste, al menos) después del 11 de septiembre de 1973, supo capitalizar, no siempre de manera legal, la ausencia (por miedo) opositora de los trabajadores, que veían cómo sus derechos laborales eran prácticamente aniquilados. La doctrina del Shock en estado puro. Ese es el contexto del “milagro económico” de los 80, un eufemismo para esconder la realidad: cesantía, represión y ollas comunes.
Los nadie; los “sextos” como en el relato del escritor Franz Kafka, fueron el rostro real de esos eufemismos, esos que pasaron de las ollas comunes, a las tarjetas de crédito asfixiantes (por endeudarse para lo básico). Esos que bajo amenazas debieron incorporarse a una AFP (sistema que hoy les asegura el hambre al jubilar), los mismos “nadie” que se volcaron por millares a las calles hace solo unos meses cansados del neoliberal “juego del hambre”. Esos chilenos, hoy ven como desde el altillo descolorido, se les anuncia que se les asegurará el empleo en medio de la pandemia. Sí, asegurarlo bajo la “Ley de Protección al Empleo”, ese es el titular al menos. ¿La realidad? La ley permite al empleador “suspender” (otro eufemismo), el contrato de las y los trabajadores para que estos puedan acogerse a su Seguro de Cesantía. Es decir, ese sector empresarial que se enriqueció a destajo en los 80s, sin oposiciones y en medio de una represión brutal, esos que se quedaron con el agua, las carreteras, las forestales, etc., ese sector que desalojó al Estado, lo minimizó y lo trató de poco eficiente, ellos, hoy, con miles de millones de dólares en sus arcas, piden al Estado que se haga cargo de los trabajadores despedidos, por razones de “catástrofe nacional”. Así, empresas como Ripley, París, Enjoy, Starbucks, H&M, Burger King, entre otras, ya han dejado a miles de trabajadores sin un salario completo, obligándolos a acogerse al seguro de cesantía, es decir, a recibir solo un porcentaje (que va disminuyendo conforme pasan los meses) de su sueldo.
Esa es la verdadera catástrofe nacional, un empresariado (un sector, reitero), que se acostumbró a ganar-ganar, en medio del miedo paralizante. Hablemos, entonces, Señor Presidente, sin eufemismos por favor, esta ley debe llamarse, “Ley de Protección al Gran Empresariado”.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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