Tal vez, cuando usted y yo estudiábamos, al escuchar la palabra ¨patrimonio” inmediatamente pensábamos en un museo, o en los monumentos que pudiésemos conocer.
Tradicionalmente, asociábamos este concepto a un espacio reducido, normado y ajeno a nuestra cotidianeidad. Hoy en día, el patrimonio cultural es visto desde una concepción más integradora, destacando su potencial para contribuir a generar procesos de identización (Gómez, 2011), de fortalecer vínculos entre los integrantes de una comunidad.
Si la relación que se establece entre los elementos patrimoniales y las comunidades es una construcción social, desde la temprana edad debemos presentar a los niños y jóvenes aquello que nos caracteriza e identifica como región, pues el principal camino para la protección (salvaguardia) es que dicho patrimonio sea reconocido e identificado por las generaciones futuras.
Una de las principales y más potentes críticas que, históricamente, se ha hecho a la educación en Chile es ese marcado sesgo europocentrista, copiando modelos extranjeros y desatendiendo el contexto y realidad de los estudiantes. Una mirada al territorio, sus dinámicas, problemas y desafíos contribuiría a formar generaciones con un mayor compromiso a emprender y permanecer en sus comunas de origen. En la región de Ñuble, las comunas de Ñiquén, Ninhue, Portezuelo o San Ignacio, son consideradas como expulsoras de población, lo que quiere decir que en lugar de aumentar en habitantes, disminuyen; bajo el mismo criterio, San Carlos apenas crece en el rango de 0 a 0,5% (la media nacional es de 1,06). Nuestra región envejece y muchos jóvenes profesionales migran porque sienten no ver oportunidades ni proyección en sus localidades. Infundamos en nuestros niños, adolescentes y jóvenes el amor por la cultura y patrimonio ñublensino, ligado íntimamente al mundo rural. Reconozcamos, investiguemos, creemos junto a los estudiantes, impulsémoslos a mirar a nuestra gente, cultores, artistas, productores, tradiciones; presentémosle el mundo del talabartero, del arriero, del artesano en mimbre, de las cantoras campesinas, de las tejedoras, y, por sobre todo, mostremos que este patrimonio ya no solo se encuentra en los museos, sino que es parte de nuestra vida cotidiana.
Instalar temáticas ligadas al patrimonio contribuye a fomentar la creación y consolidación de una identidad ciudadana responsable, fundamentada en la voluntad de respeto y de conservación del entorno, favorece habilidades sociales y empatía con otros, desarrolla habilidades de investigación y promueve la capacidad de implicarse y de actuar de manera responsable en la conservación, salvaguardia y la divulgación; beneficios que en su conjunto, contribuirán a que nuestros futuros profesionales busquen emprender y gestionar mejoras en y desde el territorio.