“La tradición de los oprimidos nos enseña que el “estado de excepción” en que vivimos es la regla” (Walter Benjamin. Tesis VIII Sobre Filosofía de la Historia).
Y claro, podríamos aquí describir cómo, desde “nuestros” orígenes de nación independiente, el Estado de Excepción ha regulado gran parte de nuestra historia nacional. No ha sido, como suele creerse, una excepción, mejor dicho, han sido la regla. Y no nos referimos necesariamente al período más oscuro de nuestra historia (1973-1990), sino que a la larga cultura autoritaria presente en nuestra patria. Hoy, no obstante, quisiéramos detenernos en uno de los aspectos que, esta cultura autoritaria chilena, ha ido impregnando en las páginas de la historia oficial: El olvido. Esa condición epimeteica de pensar(nos) a destiempo, o derechamente no pensarnos como comunidad.
Epimeteo (el olvido) versus Prometeo (la memoria), en lo que podría ser una interpretación del mito griego.
Hace solo unas semanas, nos vimos enfrentados (nuevamente) a la posibilidad de liberación de condenados por violaciones a los Derechos Humanos. Personajes que acumulan, en algunos casos, cientos de años de condena por los aberrantes crímenes de lesa humanidad; crímenes que están tipificados, además, en el derecho internacional. Criminales de grueso calibre podían (una vez más) tener acceso a la libertad. Epimeteo, como tantas veces, jugando con los hilos de nuestra historia.
Y ahí, una vez más, estuvo la prometeica acción de las agrupaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos y agrupaciones de Derechos Humanos, para poner (como siempre) las voces de alarma. Alarma que la propia Presidenta del Tribunal Constitucional encendiera al señalar que su asesor, Iván Aróstica, había incurrido en actitudes al límite de la corrupción en materia de denuncias por Violaciones a los Derechos Humanos. El olvido incrustado en lo más interno de la estructura del Estado. Olvido que ha recorrido de la mano, nuestra quebrantada trayectoria nacional. La porfía de Epimeteo en pleno siglo XXI.
Pero si el olvido es la regla en nuestra autoritaria trayectoria como nación; si la verdadera excepción es la memoria y la historia de aquellos relegados de las páginas oficiales, entonces, debemos romper con nuestra epimeteica costumbre y hacer un ejercicio de memoria: hagámoslo por los niños del SENAME, humillados y tratados como delincuentes, las y los desaparecidos, los marginados de la modernidad (o “las vidas desperdiciadas” como diría Zigmunt Bauman), por las miles de víctimas del autoritarismo del gobierno en el estallido social (cientos de ellos, además, con traumas oculares graves). Hacer ese ejercicio de memoria es repetir en voz alta, como un mantra, ese coro terrenal “sube a nacer conmigo hermano”; es entender, además, que por más que Epimeteo manosee nuestra autoritaria historia, sabemos (como dijo Mario Benedetti), que el “olvido está lleno de memoria”.