Sabido es que la ansiedad es parte de nuestro repertorio de adaptación para hacer frente a la amenaza o las adversidades que, como seres humanos, enfrentamos en una situación de crisis. Ésta no es mala en sí misma, como muchas veces tiende a pensarse; la ansiedad es una respuesta funcional a nivel psicológico.
La pandemia de COVID-19 constituye un evento adverso sin precedentes. Ella ha modificado y afectado sustancialmente nuestra vida cotidiana, pudiendo generar reacciones en las personas, tales como tensión, estrés, ansiedad, temor, frustración, marcada incertidumbre y percepción de descontrol; esta última entendida como la incapacidad de controlar el acontecimiento externo suscitado y sus consecuencias económicas, políticas, sociales y de salud (orgánica y mental).Cada una de las reacciones señaladas, que por lo demás poseen un correlato fisiológico, resultan esperables en nuestro modelo de sociedad actual, y hoy resultan especialmente acentuadas en medio de este escenario.
Nuestra salud psicológica y emocional vive turbulencias, lo que hace reaccionar a cada persona de manera distinta de acuerdo a su etapa de vida, personalidad, y aspectos bio-psicológicos, tales como el soporte emocional o redes de apoyo con las que cuenta. Pese a lo esperable de los síntomas de la ansiedad, debemos prestar especial cuidado cuando afecta mi personalidad y desempeño en la vida; debemos evaluar la severidad y frecuencia de estos síntomas.
Conviene, finalmente, a propósito de la ayuda social de parte del Gobierno y otras instituciones, resaltar que el apoyo debe ser eficaz y eficiente, a fin de no aumentar la ansiedad ya instalada y elevar sus síntomas, a raíz de la angustiosa espera de las familias que más lo necesitan.