Días de liquidación: los ortodoxos y las ofertas deseperadas

Y llegó el día, las demandas sociales están haciendo temblar el resorte principal del modelo. Por eso las amenazas, los mails y las negociaciones del gobierno con sus parlamentarios, para que actúen en bloque contra esta seria amenaza que, según ellos, llevaría al país a una ruina. Una ruina en la que la mayoría de los chilenos vive desde que nace; maquillada solo por las tarjetas de crédito, verdaderos espíritus chupa-sangre de la clase trabajadora.
Ese modelo, parido entre toques de queda, entre detenciones y las torturas más aberrantes, permitió el ascenso de empresarios multimillonarios (los mismos que creen ser dueños de playas y lagos) que pueden sortear las filas o las cuarentenas en sus helicópteros. Ese modelo inmoral hoy rasga vestiduras ante la arremetida de la ciudadanía indignada: esos puntudos patipelaos que vienen por lo arrebatado. Ese modelo hoy quiere instalar el miedo (nuevamente) y, bajo amenazas de todo tipo, nos quiere convencer de que nuestra plata no nos pertenece.
El resorte principal del orden chileno no ha variado en siglos. Responde a la violencia sistemática ejercida desde siempre contra el bajo pueblo. Durante el siglo XIX y la “época portaliana”, ese bajo pueblo fue humillado y encerrado en carros jaulas, que paseaban a los “delincuentes” por las ciudades como forma de control y disciplinamiento social. Ese resorte principal, verdadera piedra angular del modelo chileno, hoy deja ver todo su poderío: la ciudadanía endeudada, enferma y cesante espera del Estado la protección necesaria, y solo obtiene por respuesta la deuda. Sí, la deuda: endeudarse en 3 vidas precio contado. Y no solo eso, se ofrece la deuda y la represión. Tanquetas militares y represión policial ya forman parte del paisaje. Nuevos carros represivos para carabineros, pintados de blanco por fuera (y Dios me libre por dentro, cómo decía Violeta).
En otras palabras, la respuesta frente al hambre de la población es la misma: Mercado y Violencia represiva. Los ortodoxos del neoliberalismo no cambian su guión. No pueden, por una sola razón: las AFP son una farsa, desde su nacimiento en plena dictadura: una estafa al pueblo trabajador, una violenta y carcomida rutina tragicómica que se cae a pedazos. El dinero no existe más que en inversiones y bonos en el extranjero. Un juego del mercado en que las AFP tienen poco que arriesgar: si pierden, pierden las y los trabajadores, si ganan, ganan los dueños de las AFP’s. Negocio redondo.
Por eso hoy, como si se tratase de un Mall en liquidación, el Gobierno de Sebastián Piñera, presenta un “ofertazo”, mezcla de deudas y subsidio (que a la larga siempre estruja el bolsillo de los humildes) para que el mercado (su amo y patrón), no tambalee y siga la brújula neoliberal que tan ricos los ha hecho a ellos: a ese grupito de amigos que se cuentan con una mano, y que dirigen los destinos de Chile.
“Neoliberalismo voraz”; “Sistema desigual en extremo, único en el mundo”. Frases que hemos repetido y escuchado en todas partes. Esas frases hoy se hacen carne de la mano de sus ideólogos, quienes, como si se tratase de una pugna entre Friedman y Keynes, se defienden como gato de espaldas para que sus lógicas de la escuela de Chicago no caigan.
Si el tema de la propiedad, fue tema central durante los años anteriores al golpe de Estado de 1973, y los dueños de la tierra sacaron a relucir toda su artillería frente a los rotos que se vieron beneficiados con la reforma agraria, hoy, el tema central son las pensiones. Las AFP y su comparsa fraudulenta están rodeadas por una ciudadanía empoderada. Pero sabemos de lo que son capaces cuando se tocan temas centrales. Solo la convicción y la organización, la solidaridad y la unión, podrán hacer frente al despliegue comunicacional y represivo que los dueños de Chile están dispuestos a utilizar con tal de que el modelo persista.
La ciudadanía no debe confundir ofertas mediocres, con políticas públicas: Las primeras, pasajeras como toda oferta, nunca son lo que parecen, y si hay algo que no podemos devolver ni cambiar como un producto de multitienda, son los derechos ciudadanos. Las segundas, las políticas públicas, son las que quedan, son aquellas que tienen al Estado como principal gestor, y son estas las que deben defenderse.
Los administradores de Malls, que hoy gobiernan, deberán bajar las cortinas. Llegó la hora del debate en serio.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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