No hace mucho, un colega me envía desde México una imagen de un niño haciendo las tareas en el sucio suelo de una feria, aprovechando la espera de las ventas de cereales. Se suma a la de otro en Perú quien lee un libro escolar prestado bajo la débil lumbre de un poste del alumbrado público. Tanto éste como aquel niño indígena de un barrio marginal de Ciudad de México, es un campeón, un medalla de oro de la responsabilidad y de la pasión por desgranar las letras, tal como sus padres desgranan el maíz. El sabe -o intuye- que el secreto de la venta, del vivir, de la felicidad, está en su cuaderno, en la frase que completa, en la repetición de las cifras que multiplica ensayándolas. Sabe que el secreto está en el nexo de la escritura con su pensamiento, con su emoción; que está en su cabecita y en su mano trabajando a full intentando una inédita conexión cerebral, la misma que día lo pondrá muy al margen del “programa” de la pobreza. Pero lástima, muy pronto un “iluminado” experto internacional lo convencerá que todo se juega en una tablet con internet ultra rápida y que es mejor que aprender a resolver problemas manipulando cuentas con maíz y rayándolas con lápiz. Es muy curioso que todos los más ricos de Estados Unidos y particularmente los altos ejecutivos de Sillicon Valley, no envían a sus hijos a ninguna aula donde haya abundancia de tecnología digital. Ni pensarlo: sólo a aquellos colegios de élite, donde el niño hunde su manos en la experiencia de la tierra y usa su cuerpo en contacto con los elementos: los notebook son para los pobres. ¿Por qué las escuelas públicas desprecian las habilidades manuales y artísticas, las experiencias vitales del juego al aire libre, las habilidades sociales de la conversación en equipos, las lecturas de libros en papel donde los niños puedan anotar con lápiz sus reflexiones? La respuesta creemos es una sola: según las neurociencias, todas estas actividades están absolutamente vinculadas a la “felicidad cerebral” y al desarrollo del pensar y del análisis. No se quiere darle a los niños el gozo de ser, de crear , de pensar. Así de triste.
Paradojalmente, aquellos dos niños tienen un par de suertes: unos padres pobres que no le pusieron un celular en sus manos, sino que lo dejaron en la feria sólo con un lápiz y un cuaderno. Aprovechando los tiempos muertos de la venta, sin videojuegos, aprende el valor único del tiempo. Y la suerte de que tiene un ejemplo vivo –seguramente su maestra/o- en una escuela de la barriada. Si en esas escuelas profesores y padres supieran que es infinitamente más importante que los niños sepan dónde y cómo poner su tristeza o su rabia en un cuaderno y no dónde poner a Saturno y sus 418 anillos, estaría resuelta “la reforma de calidad” en México, Chile y toda Latinoamérica.
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Estos niños nos demuestra que nuestra principal carencia no es de recursos, sino de claridad y pasión: el continente entero se podría transformar con este fuego: un lápiz y un cuaderno. Ay, ay, pero ¿dónde se ha ido el fuego de una Gabriela Mistral y de un José Vasconcelos, nuestros Prometeos de la educación latinoamericana? Ellos, hace ya más de cien años dieron en el clavo: arte, música, literatura, raíces greco-latinas, poesía para las escuelas. Todas expresiones nacidas de la pasión docente por crear belleza y cultura. Quien esto escribe es un profesor de filosofía que ejerció -al menos por 25 años – directamente el oficio de la docencia en Liceos municipales de Chile, particulares y en el magisterio de la Araucanía. Hace poco observé en Chillán una masiva marcha de profesores y funcionarios de la educación. Me llamó la atención sus motivaciones: querer depender de nuevo del Ministerio de Educación y no rebelarse ante la tan inhumana dependencia digital de sus escolares; tampoco por lo que yo imaginé: apoyo por los derechos de las profesoras, sus colegas y niñas que tanto sufren hoyen Afganistán. Las protestas eran por la medida de pasar a la administración de los Servicios Locales de Educación y no clamar por regionalizar el currículum desde las necesidades vitales de los niños de cada escuela, de cada particular territorio rural que hoy se muere sin agua. No vi pancartas que dijeran: “!Devuélvanos la lectura de poemas, a Dante, a Martín Fierro o la magia de García Márquez”, “Exigimos estrategias de comprensión lectora y fuerte capacitación en huertos escolares, etc.” “Denos más libros, aunque se en comics”, etc. Hoy, en medios rurales como Ñuble o la Araucanía, en tiempos aún de pandemia y con absoluta crisis valórica a todo nivel, propongo repensar el servicio educativo. Porque nadie quiere hacer lo que decenas de años tantos chilenos y maestros reclaman para su formación inicial : ¿Por qué no volver a poner en vigencia lo mejor de las Escuelas Normales? Pero hacerlo desde el interior del aula, no desde la forma externa del tipo de dependencia administrativa, asunto muy menor, que a la postre da lo mismo. No educar en o desde la escuela, sino mas bien educarse en el camino, volviendo al profesor en un mentor de vida, ayudándole a los niños a observar agudamente las leyes del propio ecosistema local, teniendo como maestros los procesos de la naturaleza, la sapiencia de los animales y unos cuantos buenos libros clásicos en la mochila.
Evidentemente siento mucha alegría porque ya está logrado lo que yo y mis compañeros profesores que jubilan no tuvimos antes y que tanto faltaba: carrera docente y un aumento notable de los sueldos. Hoy el sueldo promedio de un profesor municipal, con los bonos y regalías, gana tanto como un ingeniero o un profesional medio de la salud contratado en el mismo sistema público municipal. En esta comuna pobre donde vivo, hay incluso unos pocos docentes que hasta alcanzan hasta los tres millones de pesos. Esto era de mínima justicia. Y ahora, con este estímulo, a completar la contraparte que le adeudamos al país : recuperar el don pedagógico de Gabriela.