Como la enfermedad del alma -y del cuerpo- es una desorganización, su cura vendrá entonces de la recuperación de un sentido, de un orden –del esfuerzo por comprender y darse a sí mismo un nuevo orden- un orden que estaba oculto y al que se accede vía análisis de recuerdos destilados en escritura. Es decir, en un relato alternativo de nosotros mismos que guía la Escritura. Pero antes de la escritura, la esencia de la terapia viene de lo que hacían los pueblos originarios de América haciendo circular la tradición oral –la explicación lingüística que le da el sentido a algo- hecha alrededor del fuego nocturno, mitificando lo inexplicable. Entonces, el núcleo de una terapia personal es “re-cablear”, articulando mejor las experiencias, es decir dotar de una buena historia a la vida personal, a una vida hoy muy tecnologizada pero totalmente desangelada, sin razones ocultas y desprovista de otros motivos que vayan más allá de la mera lucha por el éxito, el prestigio social, la notoriedad económica, junto con lo de siempre que no ha variado: conseguir alimento, techo y abrigo. Nosotros hoy, con este método de la Ontoescritura, solo le agregamos la condensación escrita en cuadernos o libretas a esos mismos viejos exorcismos y conjuros orales, pronunciados antes de modo solemne por un chamán frente a los ávidos oídos. La diferencia es que aquí, con nuestra disciplina terapéutica, el propio escribiente es quien se lo puede y debe pronunciar a sí mismo/a, en forma de reflexiones y lúcidas comprensiones, nacidas desde su propia sabiduría interior a la que se accede por medio de una pluma o un teclado en la mano.
El siguiente relato, proveniente de una muy personal y decisiva experiencia de campo habida en medio de una cultura indígena hace muchos años. Es la comunicación que a este autor le hiciera una machi (una mujer-medicina del pueblo mapuche de Chile) y que confirma exactamente lo anterior, remitiéndonos al origen remoto de la Ontoescritura:
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-Ya, ¡basta!; ésta es la última vez que te recibo en mi ruka (casa); ¡ya táh güeno [sic.“está bueno”], te vai a ir no más, y no tenís que volver más…Además, tu mujer es la que tiene que ser machi pah ti…porque vos soy un caso muy duro, tu oye… Necesitai una como machi-enfermera de cabecera, que te esté machacando y machacando hasta que aprendai algo…
-Quiere decir que me está corriendo, me está echando, Panchita- comenté un tanto dolido y haciéndome el desentendido de lo último que me lanzaba.
_Si te estoy echando porque yo también me voy a ir ya…me voy al Küllchenmayew (al Más Allá) a cambiar este takun (ropa) del cuerpo porque ya está muy gastah ya…(demasiado usada, gastada). Mi pellü (mi espíritu) ya se aburrió de este mundo donde todo es lo mismo no más y tiene ganas de cambiar de ropa (de cuerpo)…
Escuchar esa clásica metáfora mapuche de la reencarnación me hacía comprender que no lo vería nunca más. Y ante esta perspectiva, decidí juntar valor para hacerle directamente la pregunta que todos esos cuatro años de conocerla me había guardado, porque yo quería descubrirlo indirectamente, observándola mudo en todo su actuar ritual. Entonces me atreví y le espeté a la cara mi gran pregunta implícita, la que traspasaba como una hipótesis omnipresente todo mi trabajo de campo a lo largo de eso cuatro años:
_Panchita, dígame ¿por qué se enferma la gente?-
Pero ¿cómo es posible que me hagai tu esa pregunta? Y se vuelve muy ofendida –aunque teatralizando un poco su enojo conmigo- hacia su batea de madera a lavar unos trastes y utensilios de comida.
Después de unos refunfuños varios y una pausa, respirando hondamente se volvió a mí un poquito menos molesta y me dijo:
–Aunque er’ís (eres) bastante tonto, y er’ís bien cerrao de mollera [sin entendimiento] y todos estos años no aprendiste ná’h (nada) conmigo, igual te lo voy a decir:
-¿Qué por qué uno se enferma poh? Bueno, te lo voy a decir para que aprendaish de una buena vez po’h weñi leso [sic: “para que aprendas, joven tonto”]:
-Uno se enferma a causa del weza zungun, de las “malas palabras” que le entran como escopetazos al oído… Desde chiquitito uno viene escuchando malas palabras y quedan mal colacáh aquí en el millo del longko [en el cerebro, en la cabeza], aquí en el piwke (corazón), mal colacáh aquí en las piernas…porque del oído pasan a alojarse a las caderas, a los riñones, a todas las partes del cuerpo…
Y todo los males nos vienen a nosotros de lo mal que se escuchan las cosas que nos pasan en la vida …de las palabras mal colocadas que se quedan en el am [alma].
Entonces, animado por esta grandiosa y simple respuesta, y como ya estaba enojada y ya me había lanzado casi toda su andanada de regaños, venciendo mis últimos temores, me atrevo a hacerle –a esa altura qué más me daba- la segunda gran pregunta, complemento natural de la primera:
-Panchita, entonces ¿cómo uno se puede mejorar?-
-Pero ¡qué tonto me ha tocado este weñi…!Ahhhh, –suspiraba con desaliento impostado-
– ¿Qué como uno se mejora? Pero si es tan fácil poh tontito duro de llof (mollera)….
-Pue’h ¡con lo mismo que enfermai po’h, con eso mesmito… ¿no vís que está diciendo clarito la cosa?: ¡A punta de kumey zungun! (zungun), a punta de “buena palabra, con eso mejorai… Tu tenís que tomar de nuevo todas las malas palabras que te entraron y una por una decírtelas de nuevo. Sacarlas todas –recordarlas- y tu mismo ahora acomodarlas de nuevo, pero de buena forma, no a lo tonto como antes, ahora todo bien ordenaoh y bien colocaoh adentro…Y uno se va a mejorar a punta de decirte buenas palabras -kümey zungun- bien ordenadas dentro de uno…”
De esta una comunicación oral con la machi Panchita, curandera-sacerdotisa (mujer-medicina) del pueblo mapuche, el 2 de noviembre del 1986, en la localidad de Quepe, cerca de Temuco, Chile, es que nacería la raíz primera -la mas honda- el primer brote de la Ontoescritura, mismo que después en México yo iría a poder codificar en un árbol más sistémico. Porque nos enfermamos por mensajes no comprendidos, por una falta de explicación que deje verdaderamente conforme al alma (hoy tenemos una pobreza abismal de poderosos mitos que nos regalen “el sentido”, el más escaso de los productos del libre mercado), desconcertantes mensajes particularmente en la infancia, o en momentos que no disponíamos de la decodificación adecuada para integrar bien aquello que nos pasa. Y obtenemos la cura cuando logramos darnos una mejor “lectura”, cuando obtenemos una más correcta interpretación de lo sucedido, cuando re-colocamos mejor las palabras en la psiquis, cuando hacemos una re-semantización consciente de lo vivido, quitándole la carga mecánica asignada culturalmente y luego dejar ese nuevo significado en su sitio o nicho correcto. Y todo ese proceso, ayudados por el encuentro con una razón profunda, con una conciencia más acrecentada, cuya ausencia explicaba un sin-sentido y cuya escaso entendimiento antes no estábamos en condiciones de haber conocido o asimilado. Todo resulta muy lógico y claro: Si nos enfermamos con palabras “malas” -mal recepcionadas- con palabras más poderosas -es decir, bien comprendidas- nos vamos a tener que mejorar.
Y el mejor método para volver a decirse esas “buenas palabras” sanadoras (las kümey zungun mapuche), no podría venir sino de la re-articulación, de la recapitulación de los mensajes y de la re-escritura de lo que quedó “mal colocado” (mal comprendido) en la psiquis. Y para ello, la mejor autoescritura se da en los momentos de soledad que la persona puede regalarse a sí misma. Y el placer de la soledad que nos hace volver sobre ciertos recuerdos para ver ahora algo en ellos no evidente entonces, es el placer de asomarse al misterio que ha sido y que es nuestra vida. Y esta presencia del misterio en nuestra historia exige que recurramos a una explicación más alta, nos exige que le demos un orden mítico; es decir a aventurar una explicación metafísica, de fe, de intuición. Tal es la esencia de una terapia que anhela el alma y que está hoy disponible para el mundo en nuestros cursos y mentorías de Ontoescritura.