¡Despierta! Chile es largo, ancho, azul y profundo

Desde niños aprendimos torpemente que nuestro país es “una angosta faja de tierra”. Pero esa errónea geografía dejaba fuera y de un plumazo realidades claves. No era verdad y nunca lo fue. Porque Chile es largo, ancho, azul y profundo. Así lo recordábamos no hace mucho con Juan Carlos Castilla, un notable académico y experto en ecosistemas. Ancho porque tiene mar -al menos 200 millas- donde viven y conviven millones de seres. Miren ustedes de dónde parten nuestros problemas culturales, traducidos en problemas de soberbia, exclusión y de pequeñez. Aunque esto cultural es derivado de un problema base y de fondo: todo parte de nuestra ceguera. Porque no vemos otros infinitos mundos coexistiendo al lado nuestro, otras realidades, otros universos, aquí mismo, tocando nuestras narices. Porque no sólo no vemos el mar para el país con sus infinitas fuerzas, espíritus y dinámicas; con sus abismos y profundidades desconocidas. Existe el mundo de arriba, el azul que es infinitamente más que la atmósfera y su electrosmog gris que daña nuestras mentes. Me refiero al Azul Divino, a la misteriosa noosfera, a esos otros abismos de luz y tinieblas, con otros universos de dioses, de misericordias y de condenas, otras bendiciones y maldiciones de poderes divinos que acechan, perdonan, hacen justicia, determinan y liberan destinos. Pero ¡qué sabemos de los enigmas insondables del Universo! ¿Qué sabemos de las profundidades de Arriba, de aquellos infinitos que aparecen como pequeñas chispas y se asoman como débiles destellos de luz en ciertas noches? Cómo muy bien decían antaño los campesinos de esta tierra: “Qué saben los chanchos de estrellas si nunca miran para el Cielo”.

Pero lástima: vemos al revés lo que es Chile. Vemos cómo se achica el país a causa de la división en parcelas de pensamiento absurdo. La patria se polariza en enormes rechazos políticos mutuos. Pero, tal como dice Neruda, “yo no quiero la patria dividida/ni por siete cuchillos desangrada/quiero la luz de Chile enarbolada/sobre la nueva casa construida”. Mas allá de las campañas electorales, se tratará hoy de cambiar algo mucho más esencial: la cultura, como decíamos con este experto, resumida en cuatro palabras. Habrá que asumir que el cambio de cuatro palabras es fundamental en esta hora que está viviendo el país. Y desde ellas yo les invito a redefinirlo, a ampliarlo, a destaparlo de sus mezquinos límites. Y así lo afirmamos porque requerimos urgente otra cosmovisión distinta para entender la realidad. Vivimos en un momento del mundo en donde la vida se hace insostenible si se sigue manteniendo la cultura anterior, se destruirá si no somos capaces de ver las leyes visibles e invisibles de la Naturaleza, que a cada rato violamos creyendo que no pasa nada.

Chile es azul en el mundo de arriba pero también en el mundo de abajo. Tanto en Egipto como en la cosmovisión mapuche, el azul es el color de la inmortalidad. También es el color de la embriaguez y de la comunión divina, Ebrio de Azul voy/ entre el follaje/ de la taberna sagrada”, nos comunica Elicura Chihuailaf, enamorado de los indecibles mundos de nuestros bosques nativos. Se nos ha enseñado una mentira cuando en verdad es largo y muy ancho en diversidad, complejidad y recursos. Por cierto, tiene más de 4500 kilómetros con realidades climáticas muy diversas en tres o cuatro subsectores: el Norte grande, el centro sub-rural, la Patagonia. Y no contemos la Antártica. Es preciso asumir los múltiples ecosistemas que proporcionan las cuencas y subcuencas de los ríos.

La pequeñez física de Chile es una mentira. Sólo hay estrechez mental en los poderes que excluyen mundos posibles que están a la mano. En esta nueva historia y geografía “yo no quiero la patria dividida/se vayan lejos con su melodía/Yo no quiero la patria dividida/cabemos todos en la tierra mía”. También caben los insignificantes bichitos de la primavera, los infinitos y desconocidos dioses azules del Cielo, las profundidades anchas del mar de Chile, caben los distintos que no quieren las garras extranjeras de la Matrix. Y sobre todo, cabe la larga esperanza de los niños a quienes hoy condenamos con vacunas y sin juegos sobre la libre copa de los árboles.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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