Este domingo 17 de diciembre por segunda vez en poco más de un año tendremos que decidir si vamos a tener una nueva Constitución o seguiremos con la actual. Cualquiera sea la opción que gane, será como un regalo de Navidad para los chilenos, pues por un lado se generaría un cierre de un largo y tedioso proceso constitucional que nos llevará de una vez por todas a una estabilidad política en el país, y para otros, según sea el resultado, será un obsequio navideño el haberse librado de una Constitución que según sus críticos parece ser más retrógrada que la tan vilipendiada Constitución del 80.
Así es, ya no se trata de la Constitución de Pinochet, pues ya nadie se acuerda de él, es que su figura ya no entrega ningún rédito político, más bien ahora se trata de la Constitución que lleva la democrática y socialista firma de Lagos. Pero es necesario recordar que dicha carta magna hace poco más de un año era demonizada por un gran sector político, considerándola la principal causante de los males del país, pues no sólo fue impuesta en Dictadura, sino que consagraba el espantoso neoliberalismo, que como cruel pecado capital se establecía como una fuente de desigualdades, injusticias y retrasos. Pero ahora tales argumentos son inútiles, porque los que están cambiando la Constitución son otros. Al parecer da lo mismo cambiar el discurso, da lo mismo la deshonestidad e hipocresía, porque es un simple cambio de opinión.
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Qué extraño es pensar que muchos de aquellos que aborrecían la Constitución del 80 desde lo profundo de sus almas, ahora lo encuentran un texto razonable, pero razonable porque será fácilmente reformable. Así es, se renuncia el condenar el origen de la actual Constitución, pues es mejor ganar poco que perder mucho. Por eso, nunca se trató de principios ni de valores ni de moral, siempre se trató del poder, de querer dominar ideológicamente a la sociedad chilena por medio de un texto constitucional, pero dicha oportunidad la desaprovecharon los actuales opositores, y no les queda más remedio que esperar un milagro de navidad anticipado.
Sí, es verdad, con el anterior triunfo del Rechazo vino un alivio a millones de chilenos pero también una decepción por parte muchos otros compatriotas, lo que conllevó a un cansancio mental que permanece en la actualidad, por eso fue un grandísimo error la génesis y formato del nuevo proceso constitucional, porque ya no estamos viviendo un momento constituyente, simplemente estamos deliberando el futuro del Estado de Chile por desgaste y descarte.
Peor aún, no sabemos si realmente la masa electoral votará en razón de un proceso de lectura y reflexión de la propuesta constitucional, porque el ciudadano que no pertenece a la élite política ni a la élite intelectual tiene un serio problema de cultura política para presentarse como un agente cívico activo y responsable. Es más, la sensación que se percibe es de un gran desinterés y una gravísima desinformación, lo que lleva a que el ciudadano sostenga una compleja incertidumbre a la hora de marcar su voto.
Pero aquí estamos, nuevamente debemos elegir una opción, de nosotros depende seguir manteniendo al país en el limbo político o cerramos el proceso abrazando una opción que tiene poca gracia, pero que es más razonable que la propuesta rechazada el año pasado. De nosotros depende cerrar el proceso para tener seguridad o continuar en una constante ansiedad que alimenta la crisis institucional.