Un fútbol sin alma

Un partido sin hinchas es como un 18 sin asado, una escuela sin estudiantes, un restaurante sin comida, Fiestas Patrias sin cueca, un Chile sin vino o Chillán sin longaniza. Estas comparaciones extremas subrayan lo injusto que es que, debido a las incivilidades de algunos aficionados del fútbol profesional en nuestro país, quienes no representan al verdadero fanático, se impongan sanciones severas a aquellos que viven este deporte con pasión minuto a minuto: Privarles de asistir a los partidos que tanto disfrutan, hecho que  no solo afectan a los colores de un equipo, sino que también hiere la identidad de una región, el espíritu de un pueblo y la alegría que llena la vida de muchos.

El hecho de que como sociedad no logremos establecer patrones de convivencia entre personas que compartimos la misma pasión es alarmante. La historia de los distintos equipos forma parte de nuestra cotidianidad y estos espacios son esenciales para el esparcimiento de la mente.

Son lugares donde se construyen afectos y se transmiten valores de generación en generación. Sin embargo, hoy en día, los antivalores, la inseguridad, los robos y los hurtos parecen imponerse sobre la alegría, la emoción y esos sentimientos profundos que emergen ante un gol, un pase o una jugada. Estos momentos únicos, protagonizados por los equipos de la liga profesional de fútbol que entregan todo en la cancha, están siendo opacados por la violencia y el desorden.

Estos incidentes, que se han vivido de norte a sur en el país, dicen mucho sobre nosotros como sociedad, donde la violencia prevalece y el consenso de las mayorías parece solo una teoría en los libros de educación ciudadana.

El hecho de que un aficionado no pueda disfrutar de un partido junto a los seguidores del equipo contrario muestra cuán mal estamos como sociedad. El deporte, que durante años ha sido un espacio de unión para los países, ahora se ve amenazado. Las Olimpiadas y los mundiales, que históricamente han sido lugares de encuentro sin discriminación por raza, origen o religión, ¿irán, también a perder su esencia? Si esto está ocurriendo en el deporte, ¿qué nos queda para la política?

Entonces, es justo preguntarse, ¿quién asume la responsabilidad? ¿Deben las fuerzas de seguridad convertirse en fuerzas represoras para que los aficionados puedan volver a las gradas como público? ¿Deben los integrantes de la ANFP evaluar escenarios y establecer normas de comportamiento entre los asistentes? ¿O recae en los propios hinchas la responsabilidad de establecer códigos de convivencia en pleno siglo XXI, donde parece imperar la fuerza primitiva del cerebro reptiliano?

Por ahora, las únicas certezas que tenemos son que las taquillas están cerradas, las sillas de los estadios permanecen vacías y frías, los gritos de alegría se han convertido en silencios que deben ensordecer a los jugadores, y que la pasión del fútbol solo se vive a través de pantallas o radios, cuando debería ser disfrutada en todas sus dimensiones.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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