Hace un par de décadas, pasamos de lo analógico a lo digital, del papel a la pantalla, del lápiz al teclado. Sin embargo, los desafíos que enfrentamos como humanidad aún pueden ser difíciles de dimensionar. Para muchos, hace unos cuantos años, una llamada a través de una pantalla era una realidad intangible, y el referente era producto de la imaginación de grandes creadores como William Hanna y Joseph Barbera, quienes, en la década de los 60, nos regalaron una sutil proyección, a través de dibujos animados, del mundo que se viviría en el siglo XXI.
Ese mundo de fantasía ya ha sido ampliamente superado. No obstante, así como la tecnología se ha desarrollado para mejorar la vida de las personas, la delincuencia también ha evolucionado. Sus grandes mentes creadoras, que están varios pasos por delante de los cuerpos de inteligencia, al menos en los países de este lado del mundo, han logrado crear y estandarizar procesos para infringir en el mundo digital.
Para respaldar esta afirmación, el informe “We Are Social”, una publicación anual que presenta datos y estadísticas relacionadas con el uso de Internet, redes sociales y dispositivos móviles en todo el mundo, señala que para 2024: “Se espera que la cantidad de usuarios de internet en todo el mundo alcance los 7.5 mil millones, representando un aumento del 20% con respecto a los datos actuales. Además, se prevé que la cantidad de usuarios activos en redes sociales aumente a más de 6 mil millones, lo que equivale al 75% de la población mundial”.
¿Por qué recurro a estas cifras? Porque esto puede ser una proyección del universo de personas vulnerables ante cualquier acto de ciberdelincuencia, donde cada día las “mentes brillantes” perfeccionan sus métodos y estrategias. Sin caer en totalitarismos, parece que tanto en el mundo terrenal como en el digital todos podemos ser víctimas de la delincuencia.
Una muestra de esto es el caso de Jonathan James, conocido como “C0mrade”. Tenía solo 15 años cuando, en 1999, hackeó diversos sistemas gubernamentales y comerciales, incluyendo la NASA y el Departamento de Defensa de los Estados Unidos. Sus acciones provocaron un cierre significativo de los sistemas informáticos de la NASA durante tres semanas, James fue sentenciado a seis meses en un centro de detención juvenil y quedó en libertad condicional hasta cumplir los 18 años. Tristemente, a los 24 años se reportó su muerte por suicidio.
Este tipo de hechos también los vivimos en Chile. De acuerdo con datos suministrados por la PDI, las denuncias por delitos informáticos han aumentado un 18% en los últimos seis años en el país y se estima que ese porcentaje crecerá.
Por ello, en la academia tenemos claro que el país demanda más de 28 mil profesionales en el ámbito de la ciberseguridad. Ese es nuestro gran desafío: capacitarlos y formarlos si queremos sobrevivir a la era de los supersónicos en tiempo real, sin sucumbir a unos delincuentes con una inteligencia enfocada al daño social y colectivo.