Por una vejez digna y acompañada

Envejecer es una de las etapas más naturales y, al mismo tiempo, más desafiantes de la vida. En Chile, donde la población de adultos mayores sigue creciendo aceleradamente, resulta vital que el país tome conciencia y acción para asegurar una vejez digna y acompañada. Según proyecciones del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), para el año 2050, el 32% de la población chilena tendrá más de 60 años. Este dato nos plantea un llamado urgente a revisar y replantear las políticas públicas para adaptarlas a las necesidades de una población que envejece en distintas realidades geográficas y socioeconómicas.

El envejecer en una ciudad no es igual al envejecer en una zona rural. Las investigaciones llevadas a cabo por profesionales en diversas regiones del país muestran que el acceso a servicios, la infraestructura y el acompañamiento social y familiar varían significativamente según el territorio. Mientras que en las ciudades los adultos mayores pueden enfrentarse al anonimato y la soledad, en el campo, aunque se sienta un mayor sentido de comunidad, las distancias y la falta de servicios especializados complican su bienestar y autonomía. Ambos escenarios reflejan una verdad incuestionable: la vejez trae consigo un grado de dependencia que debe ser abordado con políticas y recursos efectivos.

Es crucial subrayar la necesidad de preparar a profesionales sanitarios en gerontología, una subespecialidad médica de la que Chile, y en particular regiones como Ñuble, carecen en gran medida. La atención geriátrica especializada es esencial para responder de manera adecuada a las necesidades específicas de una población en proceso de envejecimiento. La falta de geriatras y de profesionales capacitados en atención integral limita no solo el acceso a cuidados médicos de calidad, sino también la posibilidad de fomentar una vida autónoma y activa para los mayores.

Las políticas que miran hacia un envejecimiento digno y acompañado deben basarse en datos reales, en las voces de quienes han experimentado esta etapa y en estudios realizados en los territorios. Ignorar la diferencia entre lo urbano y lo rural al diseñar estas políticas es perpetuar un modelo desigual que no atiende las necesidades específicas de todos los adultos mayores. El futuro de la sociedad chilena depende de la capacidad de reconocer a sus mayores como una parte esencial del tejido social, valorando su experiencia y garantizando que cada uno de ellos, sin importar su lugar de residencia, pueda envejecer con respeto e integridad.

Es hora de apostar por un enfoque que reconozca la vejez no solo como un desafío, sino como una oportunidad para construir una sociedad más empática y justa, donde envejecer no sea sinónimo de abandono, sino de compañía y dignidad. Invertir en la formación de geriatras y en la atención integral a los mayores es invertir en un futuro mejor, donde el respeto por la vida y la dignidad de las personas sea el verdadero legado de una sociedad que se valora y cuida a sí misma.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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