La sombra del fuego y la luz de la prevención

La temporada estival en la región de Ñuble no solo trae consigo altas temperaturas, días soleados y una explosión de actividades al aire libre, sino también un desafío que ya no podemos ignorar: los incendios forestales. Año tras año, este fenómeno emerge como una sombra que acompaña a nuestro verano, extendiéndose hasta bien entrado el otoño. Y aunque esperamos siempre las lluvias de junio como un alivio, la realidad es que el mayor porcentaje de incendios en Chile tiene un factor común: la intervención humana.

La evidencia nos lo grita cada temporada. Desde la costa hasta la cordillera, Ñuble es un territorio fértil, rebosante de vida y riqueza natural, pero también cargado de material combustible. Esa combinación, unida a las condiciones climáticas extremas, crea el escenario perfecto para que una chispa, intencionada o accidental, se convierta en un incendio devastador, cuyo control puede tardar horas, días, e incluso semanas.

El costo es incalculable. No hablamos solo de árboles y arbustos reducidos a cenizas, sino de la pérdida de ecosistemas únicos, de fauna desplazada o destruida, de viviendas y sueños que arden sin tregua. La tragedia tiene rostro humano, y su marca queda grabada en nuestra memoria colectiva.

Sin embargo, la prevención es nuestra mejor herramienta, y este año no puede ser la excepción. Si algo hemos aprendido de las experiencias previas es que no basta con reaccionar; necesitamos actuar antes de que el desastre toque a nuestra puerta. La clave está en sumar esfuerzos. Vecinos, instituciones, empresas públicas y privadas deben trabajar de la mano para mitigar los factores que alimentan el fuego. Desde la limpieza de maleza y residuos inflamables hasta campañas de concientización y sistemas de alerta temprana, cada acción preventiva cuenta.

El llamado es claro: la prevención es un acto de responsabilidad compartida. Es asumir que cada pequeño gesto puede marcar la diferencia entre un verano tranquilo y un verano teñido por el humo, las  cenizas y la desesperación. Como sociedad, debemos priorizar la protección de nuestro entorno y adoptar medidas que nos permitan convivir con el paisaje sin destruirlo.

La prevención es más que un deber; es un compromiso con nuestra tierra, nuestras comunidades y las generaciones que vienen. Porque el mejor escenario no es apagar incendios, sino evitar que ocurran. Y en esa tarea, todos tenemos un rol que cumplir.

Además, debemos recordar que la prevención no es solo una responsabilidad individual, sino un esfuerzo compartido. Las comunidades pueden organizarse para identificar puntos críticos y reducir riesgos, mientras que las instituciones públicas y privadas deben coordinarse para garantizar recursos y protocolos eficientes. No se trata solo de evitar pérdidas materiales, sino de proteger lo que nos define como ñublensinos: nuestra tierra, nuestra cultura y nuestra gente.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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