La estadística nos permite analizar y reconocer patrones a partir de métodos matemáticos. Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE) para 2022, antes de la modificación de la ley, una persona promedio en Chile podía tener una vida laboral teórica de hasta 50 años, aunque una proyección más realista la sitúa entre 40 y 45 años.
Al menos la mitad de nuestra vida podría estar dedicada al trabajo. Bajo esta premisa, es fundamental destacar que los cargos que ocupamos y las responsabilidades que asumimos son transitorias, pero el tiempo, nuestro bien más preciado, no puede ser retribuido en su justa dimensión.
Lo que sí puede ser reconocido es el profesionalismo, el compromiso y el conocimiento que podemos heredar a nuevas generaciones. No solo en procesos que pueden ser asumidos por la inteligencia artificial, sino en las acciones y espacios que ayudamos a consolidar. La trascendencia de nuestra labor no está en el tiempo que permanecemos en una organización, sino en la huella que dejamos y en la forma en que influimos en los demás.
Existe una frase recurrente en el mundo institucional: «Los gobiernos pasan, pero las instituciones quedan». Este principio no solo aplica a los estamentos públicos, sino a cualquier organización. El impacto de nuestro trabajo no se mide por la duración de un cargo, sino por la huella que dejamos en las personas y en las estructuras que ayudamos a fortalecer. Lo que realmente persiste es el recuerdo de lo bueno o lo malo que hicimos y la impronta que dejamos en cada tarea emprendida.
El trabajo no es solo un medio de subsistencia; es una extensión de nuestro ser, una manifestación de nuestros principios y ética. A través de él, podemos generar cambios, influir en el entorno y contribuir a la sociedad. Cada esfuerzo y cada pequeño detalle da forma al futuro y sostiene el presente.
No importa si trabajamos en una institución durante un día o 45 años; lo relevante es que nuestro actuar esté guiado por el compromiso con nuestros valores y nuestra conciencia individual, que finalmente tributa a la colectiva.
Que cada acción en el trabajo sea como esas costuras invisibles de las abuelas: firmes, resistentes y llenas de dedicación. Costuras que sostienen con firmeza la tela del tiempo y los vaivenes de la historia. Esas manos sabias entendían que lo importante no está en la apariencia, sino en la solidez de lo construido.
Seamos como esas costuras: perseverantes y conscientes del legado que dejamos. En el esfuerzo silencioso está la esencia del verdadero impacto. Dejemos una huella imborrable, no por lo efímero de un cargo, sino por la solidez de nuestras acciones y la nobleza de nuestro compromiso. Construyamos un trabajo digno, que nos enorgullezca y que, como las costuras invisibles, resista el paso del tiempo, manteniendo su fuerza aun cuando nadie la vea.