A veces nos resignamos. Pensamos que ya no hay nada que hacer, que el daño ambiental es tan grande que cualquier esfuerzo es en vano. Y sí, hay heridas que no sanarán: especies que se extinguieron, glaciares que ya no volverán, zonas del planeta que hemos dejado sin vida. Pero también hay señales que nos dicen que aún estamos a tiempo. Que, aunque parezca tarde, no todo está perdido.
El reciente tornado en Puerto Varas no fue solo un fenómeno meteorológico inusual. Fue una alerta directa. La naturaleza nos está hablando, pero no en voz baja. Nos sacude, nos descoloca, nos recuerda que no tenemos el control que creemos. Somos parte de un ecosistema que, aunque nos da vida, también puede arrebatárnosla si seguimos ignorando sus límites. No hay lugar seguro si seguimos forzando al planeta a responder con violencia. Lo ocurrido en el sur de Chile fue una llamada de atención que no deberíamos archivar como una simple “rareza climática”.
El tiempo no es solo una unidad para medir los días. Es un factor vivo. Es el que define no solo los segundos y minutos, sino también el estado del planeta. El calendario natural ya no coincide con el nuestro. Las estaciones se desdibujan, los ciclos de siembra y cosecha se trastocan, el agua escasea o llega de golpe en forma de inundación. El reloj ecológico está corriendo, y no a nuestro favor. La naturaleza ya no responde a predicciones; responde a nuestras acciones pasadas, y cada vez con más consecuencias.
Chile, con su geografía diversa y una de las fronteras marítimas más largas del mundo, tiene una responsabilidad enorme. Nos enorgullece tener tecnología avanzada, cultura de prevención y una ciudadanía educada frente a catástrofes. Pero esa misma capacidad se contradice con prácticas destructivas: tala ilegal, expansión urbana descontrolada, contaminación de mares y ríos, indiferencia frente a la pérdida de nuestros ecosistemas. Nos preparamos para reaccionar ante emergencias, pero no para evitarlas. Nos acostumbramos a apagar incendios, pero no a impedir que comiencen.
El verdadero desafío es cambiar antes de que ya no podamos hacerlo. Cada gesto importa: reciclar, plantar, conservar, elegir mejor, exigir políticas públicas que protejan lo que aún tenemos. No es idealismo, es urgencia. La sostenibilidad no puede seguir siendo un discurso sin eco, ni un concepto de moda: debe convertirse en una acción colectiva, constante y coherente. Aún estamos a tiempo. Si cambiamos hoy, quizá logremos que el planeta no tenga que gritarnos mañana.