En Ñuble, sabemos que una buena conversación puede cambiar el día, o incluso el rumbo de un estado de ánimo. En medio de tensiones sociales, polarización política, desinformación y malestar económico, emerge una necesidad urgente: volver a confiar.
La confianza —esa que se cultiva en el saludo del vecino, en los pasillos de una escuela, en una asamblea comunitaria o en la palabra empeñada— no se impone por decreto ni se recupera con discursos vacíos. Se construye en la cotidianeidad, con coherencia, con voluntad de escuchar y con gestos que hablan más que promesas. Es un proceso lento, pero imprescindible para la vida colectiva. Y como bien dice el dicho chileno, “más vale un por si acaso que un yo pensé”, porque cuando se trata de confianza, no podemos dar nada por hecho: hay que cultivarla todos los días.
Cuando la confianza se debilita, los vínculos también. La participación disminuye, la apatía gana terreno y los problemas comunes se hacen más difíciles de abordar. En Ñuble, con una historia profundamente rural, este deterioro se percibe con claridad: organizaciones sociales agotadas, liderazgos territoriales sobreexigidos y comunidades que comienzan a sentirse solas frente a la incertidumbre. La desconfianza no solo fragmenta; paraliza.
Sin embargo, también hay señales potentes de resistencia: radios locales que siguen informando con vocación, dirigentes que no bajan los brazos, ferias libres que continúan siendo punto de encuentro, escuelas que generan sentido de pertenencia, jóvenes que emprenden con sentido social, y adultos mayores que, con sabiduría, sostienen el tejido social de sus barrios y poblaciones. La fibra comunitaria está viva. Solo necesita ser fortalecida, reconocida y cuidada por todos.
Volver a confiar es también un ejercicio colectivo de memoria, que nos invita a recordar que muchas de nuestras soluciones nacen desde lo local, desde la capacidad de reunirnos, de escucharnos y de actuar con sentido de propósito. La confianza se reconstruye cuando hay transparencia, rendición de cuentas “claras”, empatía y coherencia entre el decir y el hacer. Y florece cuando se visibilizan las experiencias que, silenciosamente, sostienen nuestras comunidades: ollas comunes, cooperativas, juntas de vecinos, fundaciones, redes de cuidado, trabajo colaborativo y alianzas público-privadas.
Ñuble tiene una ventaja: su escala humana permite reconstituir confianzas desde lo cercano, lo concreto y lo cotidiano. Cuidar ese tejido no es un gesto romántico; es un acto profundamente político y estratégico. Porque sin confianza, no hay comunidad. Y sin comunidad, no hay futuro compartido ni sentido de pertenencia.
Volver a confiar no es ingenuidad. Es, quizás, el acto más valiente de este tiempo.