El 3 de julio de 1800 el gobernador del Reino de Chile ordenó fundar la Villa de San Carlos en el fértil valle de Itihue. Luego, en 1865, se le concedió el título de ciudad, firmado por el presidente José Joaquín Pérez. Dos siglos más tarde, la comunidad sancarlina mantiene representaciones y espacios dentro de la ciudad que se ven, cada cierto tiempo, alterados por episodios repentinos y también por el inevitable paso de la modernidad urbana.
Pero lo que resulta interesante es reflexionar sobre qué nos representa como sancarlinos, ¿existe una identidad territorial y cultural como tal? ¿Se diferencia la comuna de cualquier otra que se encuentre dentro del Valle Central en el presente? A partir de estas interrogantes podemos dar luces de algunas particularidades que han ido moldeando los cambios ocurridos en las 38 manzanas originales que contempló el primer plano de la ciudad, hasta el extenso territorio que hoy componen los 4 km2 de superficie urbana y los 870 km2 de zona rural.
Dentro de los hitos históricos que marcaron el escenario de la ciudad y que tuvieron un impacto a corto y mediano plazo en sus habitantes, podemos comenzar mencionando la llegada del ferrocarril en 1874, que conectó la ciudad con todo el territorio centro-sur (Curicó – Chillán), aportando movilidad a los vecinos y abriendo el comercio local con el resto del territorio nacional. Este hito resultó fundamental para posicionar la ciudad en el mapa económico del país.
Durante la primera mitad del siglo XX ya se configuraba la ciudad como un polo agrícola y ganadero, como también se levantaban diversas agrupaciones sociales de parte de vecinos interesados por el bienestar colectivo de la comuna. Así nacieron sociedades y colectividades como el Cuerpo de Bomberos de San Carlos en 1925, la Liga de Estudiantes Pobres, la Cruz Roja en 1945, la Gota de Leche e innumerables clubes deportivos, que dieron vida a la ciudad y aportaron a su crecimiento a través de sus participantes y las acciones que realizaron, muchas de ellas presentes hasta la actualidad.
Otro acontecimiento crucial que cambió para siempre a los sancarlinos fue el terremoto de 1939, que destruyó casi por completo la ciudad, dando paso a un panorama desolador, pero que permitió a los habitantes de la comuna repensar su ciudad y entorno. A través de la reconstrucción urbana, se creó una urbe nueva y moderna, respondiendo a las necesidades de la época, pero buscando mantener características tradicionales del pasado colonial y campesino de la zona de Ñuble.
Se construyeron calles y casas nuevas, pero se mantuvo el plano original damero, con leves modificaciones como la Diagonal Navotavo, representación típica del urbanismo moderno, y conservando el material de adobe en algunas viviendas. Se levantaron edificios nuevos, pero se mantuvieron los espacios religiosos y administrativos en torno a la plaza de armas, como el municipio, el correo y la parroquia. La ciudad cambió en cuanto a su imagen, pero seguían siendo los y las comerciantes, campesinos, profesores, obreros y estudiantes quienes mantuvieron las costumbres locales tradicionales con estos nuevos aires de modernidad.
En la segunda mitad del siglo XX se consolidaron los espacios públicos y privados en la comuna, que existían desde antes, como el hospital, los establecimientos educativos, las iglesias de distintos credos, el cine, el teatro y las fuentes de soda, como lugares de esparcimiento y recreación. Pero también se consolidó el comercio y la industria, con construcciones como el Tranque La Puntilla, la Escuela Consolidada de Experimentación, la planta IANSA, entre otras obras públicas de este periodo, que incrementaron el desarrollo y crecimiento de la comuna.
Gracias al arribo de inmigrantes, principalmente españoles y palestinos, a inicios del siglo, la elaboración de productos tan arraigados en la identidad sancarlina, como lo fue el chorizo tipo riojano, conocido en la zona como longaniza, se interiorizó como un elemento característico y emblemático de San Carlos. En materia de alimentos, también se sumó la producción de arroz, considerado el más austral del mundo, y de remolacha, para la elaboración y distribución de azúcar a gran escala.
También resulta esencial destacar el desarrollo de la cultura popular tradicional, como lo fueron y aún son los cantantes folclóricos, que permiten transmitir el legado campesino que caracteriza a los sancarlinos hasta el presente. La música y la cultura siempre han estado conviviendo con la sociedad, a veces de manera más tenue, pero a menudo nos encontramos con personas y agrupaciones que han buscado promover y resguardar el arte, el patrimonio y los saberes locales.
Resultaría imposible elaborar un resumen completo de la trayectoria de la comuna en estos 225 años de vida, pero para dar algunas respuestas a las preguntas iniciales, las ideas versan en que San Carlos posee una fuerte herencia colonial, que la caracteriza no solo a ella sino a todo el territorio central del país, el que sería imposible desconocer o eliminar. Por el contrario, podemos rescatar lo mejor, como las tradiciones culturales y artísticas, que representan el patrimonio nacional a través de las historias locales.
En cuanto a sus cambios, la ciudad ha evolucionado en muchos aspectos, como el acceso a la educación y salud, la conectividad global, el desarrollo de la tecnología e innovación, especialmente en el área productiva de los campos e industrias, que buscan, al igual que en otros lugares, ser más conscientes ecológicamente.
De todos modos, aún persisten lugares en los que el tiempo parece haberse detenido, como el Parque y Laguna Marcos Quirell, el Convento de los Padres Trinitarios, la mínima cantidad de casas de adobe que se mantienen de pie, y una que otra calle de tierra, que aún escucha el pasar de carretas y caballos, lo que nos recuerda que, si bien podemos pensar la ciudad dentro de un contexto moderno, aún guarda momentos del pasado, que nos transportan al San Carlos de otra época.