Como sociedad funcionamos con códigos, normas, símbolos y protocolos que se ajustan a la mayoría. Son acuerdos invisibles que, aunque no estén escritos, permiten convivir con cierto orden. En Ñuble, como en casi cualquier lugar de este lado del planeta, uno de esos pactos esenciales es desplazarse por la derecha, ya sea a pie, en bicicleta, a caballo o en vehículo motorizado. Una regla tan básica como natural que, sin embargo, parece haberse extraviado entre las calles de Chillán, capital de la región más joven de Chile.
Lo que antes era casi instintivo hoy se desdibuja en medio del ruido urbano. La expansión de la ciudad, el aumento del parque automotriz y la falta de educación vial han generado un escenario donde las normas de convivencia se diluyen. Basta caminar por las avenidas principales para comprobarlo. En la esquina de Argentina con Francisco Ramírez, por ejemplo, cruzar se ha vuelto un acto de heroísmo cotidiano. Allí confluyen peatones, adultos mayores, usuarios de sillas de ruedas, estudiantes, transporte público y privado, bicicletas y repartidores, todo sin una mínima presencia de orden o fiscalización.
A este desorden se suma el uso indiscriminado de aceras, calzadas, ciclovías y bandejones como estacionamientos improvisados. Espacios destinados al libre tránsito se transforman en zonas privatizadas, vigiladas informalmente, donde la comodidad personal se impone sobre el respeto colectivo. El resultado es una ciudad que avanza en infraestructura, pero retrocede en conciencia ciudadana.
El último Censo 2024 reveló que Ñuble cuenta con 512.289 habitantes, un incremento del 6,6 % respecto al año 2017. La región concentra el 2,8 % de la población nacional y enfrenta nuevos desafíos de movilidad. Además, el 16,6 % de sus habitantes tiene más de 65 años, cifra superior al promedio del país, hecho que demandan que muchos ñublensinos requieren espacios seguros, veredas transitables y un entorno pensado para quienes se mueven lento.
El desarrollo de Ñuble es justo, necesario y merecido. Pero el progreso no puede implicar la pérdida de los códigos básicos que nos permiten vivir en comunidad. No podemos normalizar la anarquía vial ni la ocupación indebida del espacio público. Tampoco seguir observando cómo se vulnera, a diario, el derecho al libre tránsito.
El Estado, las autoridades locales, las empresas constructoras y la ciudadanía deben asumir un compromiso conjunto. Cada nueva calle, cada obra o avenida inaugurada debería ir acompañada de educación, señalética clara y campañas que nos recuerden algo tan simple como esencial: que la calle no es de nadie, porque nos pertenece a todos.
Ñuble está creciendo, y con ello crecen nuestras responsabilidades. Respetar los códigos viales no es una imposición: es un acto de civismo. Es reconocer en el otro, incluso en medio del tráfico, el mismo derecho a llegar al destino.



















