Gracias a este compendio de columnas, que hemos denominado Crónicas campesinas, estamos periódicamente compartiendo nuestro folklor. Y entiéndase por folklor la cultura de vida de las comunidades, como su forma de preparar los alimentos, sus ritos familiares, su relación con la naturaleza, las fiestas, las creencias religiosas e incluso la forma de vestir a una generación u otra.
Estamos, poco a poco sacudiendo el polvo a nuestros recuerdos. Entre tanta lluvia que hemos tenido por estos días, es imposible no revivir esos inviernos cuando llovía meses enteros entre junio y julio, y nuestras cocinas en los campos (las que siempre se encontraban separadas de la casa grande donde estaban las camas). Allí había un fuego que nunca se apagaba con un gran tizón (al que denominaban “el patrón”); ojalá que éste fuera de espino para que mantuviera el fuego hasta la mañana siguiente.
Se nos viene a los recuerdos los conejos secados al humo, que aliñados con orégano sabían a pura carne de cerdo y quedaban muy bien en las brasas, mientras iba saliendo la tortilla (ya que en estos días solo se podía esperar por el mate y la hora de volver a echarle algo calientito al cuerpo). Todas estas vivencias estamos tratando en Crónicas campesinas: la preservación de nuestro patrimonio material e inmaterial.
Prepárese, entonces, porque a continuación reviviremos algunas las supersticiones, mitos y leyendas.
La superstición, los mitos y las leyendas de nuestro pueblo han existido desde siempre, así que podríamos hablar infinitamente de ellas. Sólo aludiremos algunas.
Se dice, por ejemplo, que llora una joven que perdió a su hijo; ella era una mujer muy hermosa casada con un hombre elegante y potentado que resultó ser el mismísimo demonio y éste, cuando nació su hijo, y al ver que ella prestaba más atención al bebe que a él, tomó al pequeño y lo lanzó a un río. Desde ese día el alma de la mujer llora buscando a su hijo, ya que ella murió en el intento de encontrarlo. En las noches oscuras y tenebrosas algunos la han oído llorar y dicen que su llanto es muy penoso y lastimero, va en dirección al río, y hace que hasta el más valiente se asuste con “la llorona”.
Entre las historias que se cuentan en nuestros campos existen varias que hacen alusión al diablo: este personaje se entretiene haciendo pactos de riquezas a cambio de las almas de las deudores. De esta forma, cada deudor busca la manera de engañar a “don Sata” cuando llega la hora de pagar. Es así, como se dice, que “hay que velarse vivo”, es decir, contratar a un valiente rezador para dicho un simulado velorio y así el moroso quedará libre de pagarle.
Otra forma, dicen, es realizar la apuesta el mismo día que se cumple el plazo; ¿cómo? con algún ingenioso juego, adivinanza o simplemente jugarle alguna travesura. Según cuentan, un hábil campesino le escribió una carta y le puso “mañana te pago”. Al otro día el diablo furioso le dijo “hoy me tienes que pagar, aquí tengo tu compromiso” y el campesino le dijo “lee por favor” y este leyó. “Ves”, le dijo el campesino “ahí dice que es mañana”, y así el diablo día a día repetía la acción y ese tal mañana nunca llegó
Dicen los cuenteros que el diablo que no tiene mucha paciencia y de tanta furia acumulada explotó, quedando el campesino sin ninguna deuda al no haber quien le cobrara.
Otro tópico han sido las apariciones o visiones de las que se cuentan en los montes y valles de nuestro Chile. Son leyendas transmitidas de forma oral entre las generaciones. Aquí tenemos, por ejemplo, el famoso perro negro, con ojos de fuego, que tiene la facultad agrandarse o achicarse, lanzar fuego por el hocico y tantas otras cosas atribuídas a este personaje animal. También, el Cuero que aparece a orilla de algún río o laguna en donde iban a lavar las mujeres. Se robaba a los bebés y se arrastraba por las quebradas.
Por otro lado, tenemos a un misterioso caballero elegante, o huaso bien vestido, que puede llegar a alguna fiesta sin ser invitado. Sacará a bailar a la niña más bonita y, al sonreir, le mostrará su dentadura de oro, provocando el desmayo de la joven y que los asistentes mueran de espanto. Historias como estas abundan en nuestros campos, con distintas versiones, de tal forma que nadie puede asegurar que “el relato oficial” haya ocurrido de ésta u otra forma; siempre habrá alguien que dirá “¡es cierto, ciertito que así como le digo pasó!”.