Uno de los grandes historiadores que ha pasado por el mundo ha sido Polibio, alguien que contribuyó al estudio de la política desde hace muchos siglos atrás, cuyas ideas aún siguen vigentes para observar los comportamientos del ser humano en el ámbito del poder. El principio más relevante de su teoría política tiene que ver con la Anaciclosis, la cual explica que las distintas formas de gobierno tienen una sucesión cuyo movimiento siempre es el mismo, donde una forma correcta de gobernar le sucede una forma degenerada. En uno de los ciclos políticos señala que “cuando la multitud se irrita ante las injusticias de los gobernantes, se engendra la democracia. Y de nuevo, causada por la insolencia y el menosprecio de las leyes surge la oclocracia”.
Si analizamos lo ocurrido en Chile estos últimos tres años, nos daremos cuenta de que las palabras del historiador griego calzan a la perfección con los fenómenos políticos suscitados en nuestro país. Pero no me refiero solamente a lo que ocurre desde un punto de vista global, sino que al desglosar cada realidad del área social nos damos cuenta que hay varias dimensiones en donde la política está presente. Por política no me refiero simplemente a lo relacionado con los políticos, las propagandas y las elecciones, sino también a las formas sociales más básicas en donde la lógica del poder está presente. La dimensión primaria del plano social es la familia, y desde una fase más compleja se manifiestan los cuerpos intermedios cuya naturaleza las dota de una soberanía propia como decía el holandés Abraham Kuyper.
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Entre estos grupos intermedios está la Escuela, una de las instancias más sublimes de la socialización, donde los sistemas de gobierno están presentes, a tal punto que podemos ver las tres formas universales en la comunidad educativa, donde el Director sería el Presidente o Rey, los representantes de los docentes, las directivas del Centro de Padres y del Centro de Alumnos como la Aristocracia o el Parlamento, y el resto de los estudiantes como el Pueblo con su incesante lucha por la democratización.
Si hacemos una observación fugaz del sistema de poder que han tenido las escuelas en nuestro país durante su historia, nos daremos cuenta que los niveles de autoritarismo han ido mermando evidentemente con el correr de las décadas, y la democracia educativa se ha hecho cada vez más presente. No me refiero a lo que debería ser, ni lo bueno o malo que se haya hecho, sino en el sentido de que hoy en día hay mayor repartición de poder en las instancias participativas del sistema educativo.
Pero esta construcción democrática en la Escuela, está pasando por una fase indeseable que condena desde el anonimato la mayoría silenciosa razonable. Porque, lamentablemente, la democracia en la educación se ha estado degenerando desde hace bastantes años, es por eso que se puede llegar a la idea plausible, de que la Oclocracia se está tomando las escuelas, entendido este sistema como el gobierno de la muchedumbre cuyas características más dañinas son la violencia e irracionalidad. Pero ¿cuáles son las razones para sostener dicha idea?
Recurramos a otro antiguo sabio, llamado John Adams, uno de los padres fundadores de Estados Unidos, el cual decía que “el vicio del gobierno de la democracia es la rabia y la violencia”. Si aplicamos este principio a la vida de la Educación, podemos ver que aquella democracia que se ha estado construyendo con muchos esfuerzos en el sistema educativo, está siendo afectada por esta degeneración. Entendemos que las razones de la degeneración pueden ser muchas, quizás entendibles y para algunos justificables, por ser una reacción esperable frente a problemas acumulados en el tiempo y a peticiones no resueltas. Sin embargo, si la solución conlleva únicamente a un asambleísmo con cauces violentistas, es incuestionable sostener que la vida política de la Escuela se ha degenerado.
Demos un ejemplo. En estos días hemos visto por la prensa que nuevamente las protestas estudiantiles se han hecho presentes en la capital del país, principalmente en el emblemático Instituto Nacional, cuya institución tiene una impronta histórica no solo por ser tan antigua como nuestra República, sino también porque por allí pasaron estudiantes que se convirtieron en presidentes. Ahora bien, los problemas de violencia en dicho colegio vienen desde hace muchos años, y cada vez que pasa el tiempo el desorden y la irracionalidad se agudizan con profundidad.
La pregunta es ¿cómo llegamos a este nivel de violencia y desorden? sus causas pueden ser varias, pero de algo podemos estar seguros, es que por muchos años la ideología predominante que hace confundir juventud con bobería, dignidad con rebeldía, democracia con asambleismo, ha formado un monstruoso individualismo tribal que justifica la violencia con fines políticos, y que es la responsable de construir una cultura de irrespeto e intolerancia en la vida republicana del espacio público. Algunos podrían contraargumentar que al conocer las causas que motivan las protestas, lo más importante es el fondo y no la forma, pero déjenme responder cuán equivocada es esta posición, porque en política la estética y la forma es lo que define el cómo se comunica el poder.
Pero no dejemos ningún cabo suelto, y revisemos el relato que los estudiantes del Instituto Nacional manifiestan. Las consignas están relacionadas con peticiones referidas a tener condiciones mínimas para estudiar, una mejor educación sexual, una carencia de protocolos, la no inclusión de las disidencias sexuales y una mejor educación sexual, no sexista ni patriarcal. Ahora detengámonos un poco para analizar esto, no con el objetivo de cuestionar si es bueno o malo lo que los estudiantes exigen, sino a los medios que utilizan. ¿Es acaso la violencia un medio justificable para lograr los fines esperados?, ¿se trata de un acto desesperado frente a problemas que no encontraron solución por ningún medio pacífico ni democrático? o simplemente ¿se trata de un relato construido para justificar el caos desatado?
Lamentablemente esta realidad es otra evidencia de que en Chile la Democracia está degenerando a pasos agigantados para convertirse en una Oclocracia, donde ni el diálogo ni la razón de los procesos cívicos predominan, sino la fuerza de la muchedumbre que se impone sin límites ni controles.
Frente a esto, vemos a un Gobierno que está aplicando el mismo relato comunicativo que sus predecesores, al señalar que no dialogarán con los que provocan violencia, que aplicarán la ley a los que atentan contra el espacio público y el derecho de terceros. Al parecer, las voces críticas de la revolución de octubre de 2019 no estaban tan equivocadas, más aún cuando se ve que los que prendieron el fuego de la insurrección callejera les toca gobernar, cambian su discurso sin pudor por la inercia propia del cargo, pues nunca se trató de tener la razón sino solo de obtener el poder. El problema es que ellos abrieron la compuerta al desorden público, no referido a la normalización de las movilizaciones sociales, sino a la normalización de la violencia para obtener los fines deseados, convirtiendo este accionar en un maquiavelismo puro.
Ahora el Gobierno tendrá la gran responsabilidad no solo de generar las tan proclamadas transformaciones en la Educación, sino que además tendrá que hacer frente a los grupos extremos que no saben dialogar (¡cuánta falta hace la educación cívica!). Más aún, como ahora están en la otra vereda, no en la de criticar si no en la de tomar decisiones, deberán detentar el poder para el bien común y no para perseguir sus fines particulares como cualquier grupo de interés. Deberán convertirse en aquello que tanto odiaron; en los ejecutores del uso del monopolio de la fuerza para que sea la Ley del Estado la que gobierne. Porque en caso contrario, si continúa esta insolencia y menosprecio por las leyes, la Oclocracia se expandirá sin precedentes, y el antídoto que corta esa degeneración es el camino que nadie quiere pronunciar y nadie quiere imaginar.