El pasado domingo vimos a través de los medios informativos como miles de brasileños opositores al Presidente Lula Da Silva o también denominados Bolsonaristas (en apoyo al expresidente Jair Bolsonaro) en un acto faccioso realizaron un denominado “asalto” a las instituciones políticas fundamentales de su país. Invadieron el Congreso, una parte lo hizo al Palacio del Planalto, que es la sede del Gobierno de Brasil, y también al Supremo Tribunal Federal que es la máxima institución judicial.
Estos manifestantes vienen pidiendo un Golpe de Estado contra el Presidente Lula desde que ganó las elecciones en octubre pasado, por lo tanto, no es sorpresivo sino más bien el resultado de una escalada de intenciones que tuvieron relación en los hechos.
Publica avisos legales fácil y rápido
Extractos, citaciones, extravíos de cheque, remates y más
Pero ¿cuáles serían los motivos que los opositores a Lula consideran para apoyar un Golpe de Estado? Pues principalmente dos, el gran rechazo que le tienen al líder del Partido de los Trabajadores, pues consideran que sería un daño para Brasil que él haya vuelto al poder.
Aunque lo que desencadenó esta ola antidemocrática es la acusación de fraude electoral en las últimas elecciones presidenciales, no sólo por la estrechez del resultado de segunda vuelta, sino porque se ponía en duda el sistema de votación electrónico de Brasil, que según el Partido Liberal (el oficialista en el gobierno de Bolsonaro) habría registrado 280 mil urnas electrónicas con problemas, y en palabras del expresidente Bolsonaro, este voto electrónico no estaba a prueba de fraude.
Ante esto, el Tribunal Electoral abrió una causa contra Bolsonaro por poner en duda los resultados, demostrando que las acusaciones de fraude no tuvieron éxito por parte de la Derecha brasileña.
Estos eventos políticos son muy parecidos a lo que ocurrió en la última elección presidencial de Estados Unidos, donde los partidarios de Donald Trump también acusaron fraude electoral, no reconocieron los resultados y asaltaron el Capitolio a principios de enero del 2021.
Sin embargo, lo de Brasil es mucho más grave que lo ocurrido en Norteamérica, porque se atacaron las tres instituciones más importantes de la República Brasileña, entonces, no se trata simplemente de un golpe a la Democracia, como si fueran berrinches oclocráticos de personas que no respetan las reglas del juego por disgustos políticos, sino que también es un ataque a las estructuras fundamentales de la República representada en los tres poderes del Estado.
Lo anterior abre un debate interesante sobre la romantización que se ha hecho a los levantamientos populares, cuando las muchedumbres ciudadanas actúan de forma violenta creyendo tener la razón en escenarios de conflicto político, sosteniendo la tesis de que es legítimo una insurrección popular que utiliza medios violentos para provocar los cambios que ellos consideran pertinentes.
Ciertamente es un hipocresía insoportable apoyar la tesis de insurrección popular cuando esta la realizan personas con cercanía ideológica y condenar otra insurrección con similares lejanías, porque los tales no valoran la insurrección popular como fenómeno, más bien son pasionales ideologizados capaces de ver a sus modelos políticos llegar al poder utilizando incluso vías no democráticas.
Frente a esta realidad, ya no es tiempo que la Derecha acuse de violentistas y marxistas a los insurrectos que realizan estallidos en países cuando gobierna la Derecha pero se quedan en silencio frente a acciones antidemocráticas de sus partidarios ideológicos en otros escenarios. De igual forma con la Izquierda, que acusa de fascistas y golpistas a insurrectos de Derecha, pero llama luchadores sociales a sus propios sediciosos.
Por esa razón, ante los hechos de violencia de insurrección popular en Brasil (y en cualquier otro país que ocurra) debemos en lo posible tener una postura republicana y democrática objetivas, en la defensa del voto y de las instituciones que dan vida al Estado como mecanismos pacíficos de resolución de conflictos en espacios de pluralidad política, realizando una condena transversal de aquellas acciones que traen inestabilidad política a nuestra tan convulsionada región latinoamericana.