De acuerdo a los relatos del destacado médico uruguayo Antonio Turnes, a lo largo de la historia universal la salud ha estado íntimamente ligada al ámbito religioso, cuando los hospitales eran una especie de templos dedicado a los dioses, sea en las civilizaciones orientales como India y Egipto o en el lado occidental con los griegos y romanos. Con la llegada de la era cristiana, la salud comenzó a tener un significado de amor al prójimo, donde, en las grandes ciudades del imperio romano, se extendía la construcción de hospitales sea por normas del Gobierno o por la iniciativa privada. En el caso de nuestro país, la caridad cristiana fue la principal responsable de salud de las personas y no fue hasta el año 1924 cuando se creó el Ministerio de Higiene, Asistencia, Trabajo y Previsión Social, donde la salud pasó de ser una acción individual a convertirse en una responsabilidad pública o, dicho con otras palabras, se institucionalizó.
En este apartado la intención no es discutir si la salud privada es mejor o peor que la salud pública, ni mucho menos generar un debate de si debe estar en manos del Mercado o del Estado, sino más bien sobre el propósito en la que está sostenida. Si consideramos que la salud es un elemento fundamental del ser humano, la expresión directa del derecho a la vida, entonces, este planteamiento debe formar parte de las discusiones más esenciales dentro de la vida comunitaria y política, entendiendo de que hoy en día la salud forma parte de las instituciones. Con esto no quiero desmerecer la salud privada y la salud por caridad, es más, el Estado en ese sentido debe garantizar siempre su existencia y promoverlas, pero en lo que respecta a la salud como un sistema más complejo y ampliamente extendido dadas las circunstancias históricas en la que nos encontramos, debemos mirarla mucho más allá de su sentido económico.
Ahora bien, dado que la salud forma parte de las legislaciones, administración pública y políticas públicas, es difícil desligarla de la mirada política, porque lo público va de la mano con lo político, pero ¿es lo político el espacio por el cual se sustenta la salud?, aunque muchos lo nieguen, la respuesta es un sí, y se visto con claridad estos últimos meses, dada la crisis sanitaria que estamos enfrentando. No se trata de catalogar lo “político” como un espacio no ético, sino más bien develar aquella faceta egoísta del ser humano que se hace más visible en lo político y sumado a ello la degeneración moral del último tiempo, la salud se ha convertido en un campo de batalla política cuyos grupos adversarios disfrazan sus municiones y ataques en un envoltorio de preocupación social, responsabilidad pública, experticia y ayuda al prójimo.
Sacar réditos políticos de los desaciertos de la gestión de un ministro, tomar las deficiencias del sistema de salud para generar protesta en medio de una crisis sanitaria mundial que nos ha sobrepasado a todos, acusar de intervencionismo ideológico y foráneo provocando sentimientos ultra-nacionalistas por la mala actitud de un médico, entre otros, son claros ejemplos de que la salud se ha convertido para algunos en un contenido discursivo para alcanzar triunfos políticos egoístas. Por ello, es necesario que como chilenos dejemos de lado nuestros colores políticos y hagamos frente a esta crisis con un espíritu patriótico y humanitario.