¿Dónde está el ejemplo de la autoridad?

Una de las historias más apasionantes de la Biblia se trata de una hermosa joven judía llamada Ester, quien vivía en el imperio persa y que llegó a ser la reina por una especie de casting de belleza, que había sido decretado por el rey Asuero, también llamado Jerjes I. En medio de esa historia, surge Amán, el mayor servidor del rey quien odiaba a los judíos e influyó de mala forma ante el monarca, quien le dio el anillo real y decretó el exterminio de todos los judíos en el reino. Al saber esto la reina Ester intercedió ante el rey Jerjes en favor de su pueblo, y cuando el rey se dio cuenta de la confabulación de Amán le aplicó la pena máxima, sin embargo, no pudo deshacer el decreto real de exterminio, porque hasta el rey debe sujertarse a una orden con el sello real. Para ello, se tuvo que decretar otra orden, que permitiera a los judíos defenderse, sin poder anular el decreto anterior. Esta hermosa historia nos deja muchas enseñanzas, pero una en particular nos hace reflexionar sobre la integridad de las autoridades, algo que en la actualidad se ha puesto en entredicho.
El pasado 22 de junio de manera sorpredente vimos como nuestro Presidente de la República, la máxima autoridad de la nación, rompía los protocolos sanitarios que su mismo Gobierno impone a toda la población, cuando en el funeral de su tío, un familiar suyo abre el ataúd (señalando que fue a petición del mandatario) y Sebastián Piñera se acerca a ver el cadáver frente a las advertencias de los otras personas. En dicha actividad tampoco se respetó el número de asistentes que podían ir.
Por este escenario uno creería que nuestro Presidente alcanzó el límite de la impertinencia, pero los años han demostrado que siempre es esperable ver cómo se esfuerza por cometer acciones inoportunas, declaraciones inadecuadas, y en este caso, una carencia de consecuencia mínima que se espera del Gobernante de Chile, lo que nos hace ver que nos encontramos con uno de los peores gobiernos de la historia y una de las peores oposiciones de la historia, que no han estado a la altura de las circunstancias sociales y políticas (unos acarreando una serie de errores, contradicciones e inconsecuencias que llegan a ser provocativas a la gente, y otros exigiendo altura moral con los dichos y sacando provechos egoístas con los hechos).
Frente a esta realidad, nos encontramos con un problema social y político espantoso, porque es verdad que mucha parte de la población es irresponsable, desobiente e inconsciente en esta crisis sanitaria, pero ¿Qué pasa cuando nuestra máxima autoridad desobedece los mismos protocolos que, en su calidad de Mandatario, impone a la nación? Ocurre que no existe autoridad moral para exigir a la población acatar las leyes o direcciones, provocando una desestabilización e ilegitimidad del sistema político. Difícilmente el orden social, el Gobierno y las instituciones pueden sobrevivir en la cultura de la desobediencia, cultura que está presente desde el Presidente de la República hasta el ciudadano más desconocido del país. Siendo así, es necesario recordar aquella historia bíblica que nos muestra que hasta los reyes considerados paganos se sujetan a sus propias leyes para dar legitimidad a su autoridad.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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