Luego del inicio de la Convención Constitucional, el tema político más importante por estos días es la carrera para obtener la máxima magistratura del país: la Presidencia de la República, sin dejar a un lado los otros importantísimos cargos a elegir como el de senador, diputado y consejero regional.
Ha pesar de que este 18 de octubre la convención inició formalmente el debate de los contenidos que tendrá la nueva Constitución, la prensa no ha puesto mucho énfasis en el proceso constituyente. Quizás porque los medios influyen sobre la opinión pública o simplemente se debe a que la atención de las personas esté enfocada principalmente en las próximas elecciones presidenciales.
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Sea cual sea el original motivo de la tendencia mayoritaria de los temas políticos, no debemos olvidar la trascendencia de la convención y de las transformaciones que puede generar en los componentes institucionales del país. Pero, parece que en la mente chilena la figura del presidente sigue siendo la más importante en el escenario político.
Por tales razones, surge la duda de que realmente vivimos un proceso constituyente, como aquella instancia de reflexión y deliberación del pueblo para determinar las reglas del juego y el destino político del país. Porque, si tal es el caso, la mayor atención debe ponerse en la convención y en lo que ésta determine sobre el sistema político que se establezca.
Es más, si realmente viviéramos un proceso constituyente, se debería esperar la propuesta de la nueva Constitución antes de celebrar cualquier acto eleccionario, porque se supone que es la Carta Fundamental la que determina cuáles serán los cargos, funciones, períodos y mecanismos de elección.
Esto nos puede llevar a pensar mucho sobre el propósito de que la gran mayoría de las personas haya querido cambiar la Constitución. Primero debemos plantearnos si realmente la ciudadanía era consciente de lo que estaba decidiendo en el plebiscito y en la elección de convencionales. Segundo, reflexionar si realmente la propuesta de una nueva Constitución encarnaba con precisión el espíritu que movió el estallido social, es decir, ¿se trató de un impulso para un proceso constituyente o de una demanda ciudadana contra el abuso acumulado y la búsqueda de la justicia? Tercero, y con esto se sugiere una hipótesis plausible, pensar que es posible que la propuesta de Constitución será similar a la actual Carta Magna -en lo concerniente a los aspectos institucionales- y que la verdadera diferencia estará en los llamados “derechos sociales”.
Por otro lado, supongamos que la redacción de la Constitución esté lista y que la ciudadanía apruebe la propuesta, sabiendo además que en su contenido la figura presidencial tiene importantes modificaciones. Entonces, ¿Cuál sería el objetivo de hacer una elección presidencial si los electores decidirán un cargo cuyos componentes son inciertos? Esta pregunta también se aplica a la elección de los otros cargos.
Sumemos otra inquietud, ¿qué propósito tiene hacer elecciones si en una eventual nueva Constitución se modifica incluso el período del cargo? Pocos han pensado en eso, pues lo considerarían improbable o una exageración, pero si incluso fuese así, ¿cuánta relevancia tiene realmente el proceso constituyente?
Más de alguno puede considerar que es de suma urgencia un cambio de Gobierno, que no es excluyente avanzar en nueva Constitución y a la vez celebrar elecciones. La disyuntiva no se encuentra allí, sino en la trascendencia de las elecciones una vez que el marco constitucional sea distinto en el futuro inmediato. Por eso, no es irracional creer que la Convención Constitucional no solo cumple un rol constitucional, sino que cumple un rol político inmediato y candente en la lucha por el poder, sobre todo ahora, que en la campaña presidencial están a la cabeza dos visiones de país ideológicamente contrapuestas.
Siguiendo el punto anterior, considero que el destino de la convención dependerá mucho de quién esté gobernando los próximos cuatro años. No es lo mismo tener una convención si el presidente fuese Gabriel Boric a que el presidente sea José Antonio Kast. En el caso de la primera realidad, la izquierda será la máxima ganadora y los convencionales de ese sector se sentirán con la atribución de hacer una Constitución conforme a sus intereses e ideales, porque ,además, tienen la mayoría para hacerlo y, si ese es el caso, no existirá una “casa de todos”, sino el remplazo de un modelo de derechas por un modelo de izquierdas.
Ahora bien, si José Antonio Kast llegase a ser presidente, el escenario de la convención cambia rotundamente, pues veremos un clima de real confrontación no solo ideológica, sino una verdadera lucha por determinar el futuro de la Convención y la política nacional, porque -irónicamente- estarían gobernando aquellos que rechazaron el proceso constituyente.
En otro escenario, ¿qué pasaría con la convención ante un gobierno de Sebastián Sichel o de Yasna Provoste? Aunque parece menos probable, también es necesario pensar en un gobierno de centro izquierda o de centro derecha. Si es así, la relación entre el Gobierno y la convención podría ser más llevadera, pero al parecer la tendencia muestra que no habrá un gobierno del centro político, aunque el clima de incertidumbre es común en este tiempo.
Llegando a términos finales, solo se puede decir que el futuro de la convención depende mucho de la carrera y resultado de la elección presidencial, y es tanto el nivel de relación que se tiene, que el avance del trabajo del proceso constituyente está supeditado a las próximas elecciones.