El amor de Camila Gómez por su hijo Tomás Ross ya es parte de los anales de la historia nacional y mundial, no sólo por los más de 1.300 kilómetros que caminó y los más de $3.500 millones de pesos que recaudó. Su hazaña no sólo apeló a la solidaridad de todo un país, sino que también reveló una realidad económica y social que afecta a muchos, pero en toda la travesía los grandes protagonistas fueron los valores que tiene todo un pueblo.
Desde la convicción intangible de la fe, Camila apostó a que conseguiría un millón de personas a lo largo y ancho de Chile que se solidarizarían con la necesidad de obtener el medicamento para que su hijo de tan solo 5 años pueda seguir contando con la bendición de estar vivo.
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Esta demostración suprema de amor evidenció que en Chile existen personas que conectan con la necesidad del prójimo. Al consolidar una suma de dinero que representa un gran capital financiero en cualquier lugar del mundo, Camila sabía que, al igual que ella, muchas personas podrían tener en su bolsillo 3.500 pesos. Desde la individualidad, no es una gran suma, pero colectivamente puede significar la vida para otro, como quedó demostrado.
Este hecho deja otras lecciones, entre ellas, que, a pesar de todo, valores como la solidaridad, el amor y la empatía imperan en una buena parte de nuestra población. La acción de esta madre abrió paso al fenómeno que podríamos denominar “los caminantes sociales”, y allanó el sendero para otros comportamientos humanos positivos.
Además, a pesar de la crisis que viven los medios de comunicación tradicionales, quedó de manifiesto el poder de convocatoria que tienen. Una acción humana y cotidiana como caminar se viralizó a través de las redes sociales, cruzó océanos, trascendió fronteras y pasó de Ancud a ser un titular en medios como el New York Times o El País, por nombrar sólo dos de los tantos que dieron cobertura a esta acción socioeconómica.
Obviamente, el hecho dio espacio a políticos, gobernantes y funcionarios públicos para izar esta gran bandera de cruzada nacional por un medicamento. Sin perder el foco, no podemos dejar de manifestar que toda esta caminata, con una cobertura mediática desplegada por cientos de kilómetros, dejó la puerta abierta para emular, desde distintas necesidades, la misma gesta de la madre de Tomás.
Por lo planteando anteriormente, y sin ánimo de señalar, el hecho de que chilenos y chilenas vean en esta práctica una opción de respuesta a necesidades impostergables en salud o vivienda nos lleva a reflexionar, como ciudadanos, sobre el papel del Estado.
Y algo más que deberíamos considerar: ¿Se repetirá esta gesta? ¿Otra necesidad de algún compatriota tendrá tanto impacto y respuestas satisfactorias? Lo certero es que un niño va a recibir su medicamento y a través de él la solidaridad de todo un país.