A la hora de escribir esta columna, aún no se cierra el medallero de los Juegos Panamericanos Junior Paraguay 2025, donde Chile se ha mantenido en el podio gracias a una delegación de 281 deportistas —141 mujeres y 140 hombres— que han competido con determinación en 13 disciplinas: remo, natación, tiro deportivo, atletismo, balonmano, básquetbol 3×3, hockey césped, rugby 7, squash, vóleibol, vóleibol playa, judo y lucha olímpica, entre otras. Cada competencia ha sido un capítulo de esfuerzo, talento y pasión, que no solo suma puntos, sino que también forja ejemplos.
Más allá de las preseas que abren camino hacia el ciclo olímpico, este encuentro nos deja una lección mayor: la consolidación de una generación de jóvenes promesas, nacidos entre 2003 y 2013, que han demostrado que la responsabilidad, la constancia y la resiliencia son herramientas tan poderosas como cualquier talento deportivo. Ellos nos enseñan que levantarse tras una caída, aprender de la derrota y mantener la mirada en la meta es tan valioso como subir al podio. Cada gesto de superación, cada abrazo tras una competencia es testimonio de que el deporte es también una escuela de vida.
Cuando suena el himno nacional y nuestro tricolor ondea en lo más alto, no es solo un país celebrando una victoria: es la confirmación de que estos jóvenes, formados bajo valores firmes, llevan en sus venas la fuerza y la determinación de una nación que no se rinde. Esa energía recorre de mar a cordillera, de norte a sur, recordándonos que Chile es tierra de esfuerzo, de historias que nacen en canchas de barrio, en ríos, pistas y gimnasios donde se forjan sueños.
Durante estos días hemos vibrado con cada logro. Hemos sentido que, detrás de cada medalla, hay años de entrenamiento silencioso, madrugadas frías, viajes largos, familias que acompañan sin descanso, entrenadores que confían a ciegas y comunidades que celebran como propias las victorias. Como lo demostró el equipo femenino de ciclismo en Asunción, remontando para vencer a una potencia continental como Colombia, lo que nos define no es solo ganar, sino la manera en que luchamos para hacerlo: con garra, con estrategia y con corazón.
Por eso, más allá de los resultados, lo que nos dejan estos juegos es un legado: la certeza de que en menos de una década veremos a estos mismos nombres brillar en escenarios olímpicos, llevando en el corazón la responsabilidad de representar a todo un país. No será un camino fácil, pero si algo nos han demostrado, es que están dispuestos a recorrerlo paso a paso.
Esta generación de oro no solo gana medallas; siembra orgullo, cultiva esperanza y nos recuerda que, cuando creemos en nuestro potencial y trabajamos unidos, Chile no solo compite: Chile juega para ganar, siempre.