Llegó septiembre con toda su fuerza luminosa, trayendo de vuelta los colores de la primavera, el aroma de las flores y las celebraciones que nos recuerdan lo que significa vivir en esta tierra. Es un mes que nos invita a mirar hacia adelante, a reencontrarnos con la familia y los amigos, a brindar con cueca y empanadas, y a reconocer —sin rodeos— el privilegio de estar vivos y en pie para celebrarlo.
En Chile solemos decir, con un dejo de humor popular, que quien “pasa agosto” ya puede sentirse más tranquilo. No es una frase vacía ni un mero refrán. Según cifras del Ministerio de Salud, durante la primera semana de agosto de 2025 la ocupación de camas críticas para adultos alcanzó el 91% a nivel nacional. En otras palabras, de cada 100 camas, 91 estaban siendo utilizadas por pacientes afectados, en gran medida, por enfermedades respiratorias. Un dato que habla, con crudeza, de la fragilidad de la salud en invierno y de lo desafiante que resultan estos meses para los adultos mayores y las personas con condiciones crónicas.
Por eso, cuando septiembre abre sus puertas, no es solo el calendario el que cambia. Es también el ánimo, el corazón y el pulso de un país que respira con alivio después de un invierno duro. Para quienes tenemos la edad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasifica como adultez mayor, pasar agosto no es un gesto simbólico: es una victoria íntima y cargada de sentido. Es agradecer haber transitado un invierno helado, que vistió de blanco nuestra cordillera, pero que también nos puso a prueba con enfermedades, aislamientos y cuidados extremos.
Hoy, al recibir los días soleados, celebro a quienes asumieron con responsabilidad el cuidado propio y el de los demás: quienes completaron sus ciclos de vacunación, quienes usaron mascarilla en espacios cerrados y masivos, y quienes tuvieron la conciencia de no ser vectores de contagio. Ese compromiso no es menor; es un acto de amor y de humanidad, porque cuidar de la salud personal es también cuidar la vida de quienes nos rodean y sostener la esperanza compartida.
Septiembre, entonces, no solo es el mes de la patria. Es el mes de la vida que renace, del optimismo que florece, del deseo profundo de seguir compartiendo risas, abrazos y encuentros. Es la certeza de que, más allá de los números fríos de las estadísticas, lo que realmente importa es mantener encendida la llama de las ganas de vivir. Y esa, en definitiva, es la mejor fiesta que podemos celebrar como país, como comunidad y como personas.