En Chile sabemos que innovar y emprender no son frases bonitas para la foto, sino parte de la vida misma. Todos, en algún momento, hemos tenido que “pararnos de nuevo”, buscar otra salida y rebuscárnosla para seguir adelante. Esa capacidad de inventar y adaptarse es lo que hace avanzar a las personas y también a los territorios.
Ningún gran proyecto nació listo. Todo partió con algo chico: un borrador en un cuaderno, una idea al pasar, un prototipo armado con lo que había a mano. Por eso tiene tanto sentido que en nuestro sistema educativo la innovación y el emprendimiento se trabajen de forma transversal, desde la sala cuna hasta la educación superior. Hoy vemos en kínder a niños y niñas dibujando su juguete soñado y, con una impresora 3D, verlo materializado. Eso enseña, desde temprano, que lo que se imagina puede hacerse realidad.
En la educación básica y la media cada vez son más los colegios que piden a sus alumnos proyectos ligados a la sustentabilidad, el reciclaje o el cuidado del medio ambiente. Innovar ya no es solo inventar por inventar, sino poner la creatividad al servicio de problemas reales que afectan a la comunidad.
En la educación superior esa chispa se encuentra con las herramientas para transformarse en proyectos serios. Según Corfo, durante 2024 se destinaron cerca de $20 mil millones a emprendimientos, apoyando a 601 iniciativas, de las cuales un 63 % provino de regiones fuera de la Metropolitana. Por otra parte, programas como el Mercado E! de Santo Tomás entrega financiamiento, capacitación y mentorías a estudiantes, egresados y titulados, y selecciona a las iniciativas más innovadoras para que formen parte de los 100 mejores emprendimientos destacados por Jump Chile.
Nuestro modelo productivo ha cambiado y seguirá haciéndolo. La OCDE estima que un 65 % de los niños que hoy entran a primero básico trabajará en oficios que todavía no existen. Prepararlos para ese escenario no es optativo es un compromiso. La creatividad debe ser un aprendizaje permanente, no una excepción.
No basta con formar personas para empleos que vienen y van. También hay que empujar el desarrollo productivo local. La educación superior, especialmente en regiones, es un semillero potente: ahí surgen ideas para la agroindustria, las energías limpias, los servicios y las tecnologías que se pueden transformar en motores de crecimiento territorial.
Ese es, al final del día, el valor de meter la innovación en la sala de clases: que lo chico se haga grande, que la idea se transforme en proyecto y que desde nuestras aulas salgan los motores que empujen el desarrollo de Chile.