El cuerpo humano es una máquina precisa, afinada para moverse al ritmo de la naturaleza. Su reloj interno responde a la luz, la temperatura y a ciclos que se repiten desde siempre. Quizás por esa herencia biológica es que, cuando llega la primavera, vemos el mundo en colores. No solo porque florecen las semillas, brillan los pétalos o reverdece el pasto que cubre campos y montañas; también porque nuestro organismo se acopla a la intensidad del sol y al aumento de la temperatura.
La ciencia respalda esta percepción. Diversos estudios confirman que la primavera eleva los niveles de serotonina (la llamada hormona de la felicidad) y reduce la melatonina, responsable del sueño. En el hemisferio sur, este ajuste se traduce en cambios notorios de ánimo, más energía para las actividades diarias y alteraciones en el ciclo circadiano por los días más largos y las noches más breves. El resultado es un estado de mayor vitalidad colectiva que en Ñuble se siente en las plazas, en los parques y en cada calle bordeada de cerezos.
En comunas como Chillán, San Carlos o Bulnes, basta una caminata para comprobarlo: la gente se reencuentra en las ferias, los niños vuelven a los juegos al aire libre y los adultos mayores vuelven a las plazas de Arma.
Disfrutar de la estación es un privilegio sin costo. Las camelias florecidas, las veredas cubiertas de colores y los paseos en bicicleta invitan a dejar el abrigo en casa. Es el tiempo propicio para reencontrarse, para jugar al aire libre, para caminar por el campo o recorrer senderos como los de la laguna Avendaño en Quillón, las termas de San Fabián o los parajes de Las Trancas en la precordillera. La primavera es, en sí misma, una invitación a la vida y un recordatorio de que la naturaleza, incluso después de meses de frío y lluvia, siempre vuelve a comenzar.
La misma naturaleza enseña que toda existencia pasa por inviernos, otoños y veranos. Los árboles que perdieron sus hojas guardaron en su savia la fuerza que hoy se expresa en brotes nuevos. Así también ocurre con nosotros: después de las etapas frías y grises, algo renace y se abre paso con paciencia.
Muchos consideran la primavera la mejor estación del año, aunque no falten las molestias del polen que irrita ojos, piel y vías respiratorias. Aun así, la estación recuerda que la vida puede mirarse con un prisma distinto, capaz de revelar matices que el invierno oculta.
Quedan pocos meses para que el calendario cierre. Que cada jornada de este último tramo se viva con esa luz renovada. La primavera dura poco, pero prolongarla en nuestra experiencia cotidiana -en la convivencia, en los gestos de alegría, en el cuidado del entorno y en la capacidad de asombro- es una tarea personal y colectiva. Solo así, la claridad de estos días podrá acompañarnos mucho más allá de la estación.