El ejercicio de filosofar es más cotidiano de lo que solemos admitir. En Chile aparece sin aviso: en la micro, en la fila del supermercado o cuando se apaga el teléfono y queda solo el ruido de la casa. Surge desde ideas simples y también desde preguntas mayores: cuál es el sentido de la existencia, si hay algo que nos trasciende o, más terrenalmente, qué somos hoy, qué queremos y qué seremos mañana. Son interrogantes antiguas que vuelven a ponerse al centro justo en estos días, cuando el balance anual se instala como conversación obligada, incluso para quienes dicen no creer mucho en estas cuentas de fin de año.
Antes de que el reloj marque el cambio definitivo y el calendario entre en régimen 2026, es probable que buena parte de los habitantes de Ñuble -y del país- haya vuelto a revisar esa libreta donde, a fines de 2024, se anotaron metas y desafíos para el 2025. Al abrirla, muchos se habrán sorprendido: se cumplió más de lo pensado, se avanzó más de lo proyectado y, en varios casos, aparecieron logros o situaciones que nunca estuvieron en el radar, pero que la vida se encargó de poner en el camino, para bien o para mal.
Cada año tiene su propio afán y cada día trae su cuota de dificultad. A ratos, el recorrido se parece más a una prueba combinada que a un camino parejo. Sin embargo, es precisamente ahí donde se revela una de las mayores capacidades humanas: adaptarse, ajustar el rumbo y seguir adelante, incluso cuando el escenario cambia de golpe.
La certeza suele funcionar como ancla. Entrega estabilidad, orden y una sensación de control. Pero también hay momentos en que esa ancla debe moverse, sin perder contacto con la tierra firme. El 2026 llega con un escenario distinto para Chile y para el continente. Sin entrar de lleno en análisis políticos, aunque cuesta evitarlos, recibimos un nuevo año con un nuevo Presidente, con un mapa regional que se mueve de izquierda a derecha, con conflictos externos que miramos de reojo y con alertas sanitarias que ya tocaron la puerta en Ñuble. Todo eso forma parte del contexto que condiciona la vida diaria.
Por ahora, la certeza es simple: estamos vivos. Despediremos el 2025, muchos junto a la familia o los amigos, en un país que se ha vuelto más diverso y multicultural. El 2026 traerá desafíos en educación, economía y convivencia social, pero también nos encuentra con experiencia acumulada, con memoria y con la capacidad de enfrentar lo que venga sin perder lo que somos.
La invitación es clara y sincera: despedir el año con gratitud y recibir el primero de enero con ánimo, sin exagerar los temores ni idealizar el futuro. Pensar la vida, incluso cuando incomoda, sigue siendo una buena forma de vivirla.



















