La pandemia del coronavirus ha cambiado radicalmente a las ciudades y su población. Los presupuestos se han focalizado en la salud y en materias sociales -de primera necesidad- y todo lo demás ha quedado de lado, por una cuestión aparente de lógica, ya que “las condiciones lo ameritan” y estamos en una “emergencia sanitaria”.
Pero el escenario del COVID-19, si bien es letal y profundamente riesgoso -dados los indicadores de contagio y muertes-, es momentáneo. Llegará el momento, tarde o temprano, de abrir las calles y subir las cortinas de los locales comerciales. Volveremos a la normalidad -aunque sea una “nueva”- y las ciudades deben estar adaptadas a ellas. La época del COVID no puede ser una especie de “Edad media” en cuanto al desarrollo de los núcleos urbanos -basándonos en el juicio de muchos historiadores que señalan al medioevo como una fase oscura y estancada del desarrollo humano en la historia universal-. Llevamos alrededor de seis meses con esta epidemia global: medio año perdido para muchos ámbitos, porque las ciudades siguen creciendo, las calles se siguen expandiendo y la población ha seguido aumentando.
El desafío obligado de los gobiernos comunales es saber conjugar las medidas por la emergencia sanitaria y la ayuda social con el desarrollo urbano, sociocultural y poblacional de sus territorios. Las Municipalidades tienen el capital económico y humano para, al menos, tirar líneas sobre el futuro basándose en el día a día. Un alcalde, por ejemplo, -a estas alturas del partido- no solo debería estar preocupado por la buena entrega de cajas, la excelente atención a los ciudadanos que debiera brindar el edificio consistorial o los casos de COVID-19 positivos de su comuna -tema que sigue siendo sumamente importante-; además debe considerar la calidad de vida que están teniendo sus habitantes y las condiciones urbanas de su comuna.
A grandes rasgos pareciera ser que la pandemia ha borrado los problemas estructurales de poblaciones, barrios y villas, los microbasurales, las calles sin pavimentar o las veredas en pésimo estado, pero no: esos problemas siguen ahí y, si no se tratan ahora, cuando pase la pandemia no solo tendremos que rearmar nuestra economía y vida en sociedad, sino que también tendremos que catastrar -como si de una época post guerra se tratara- el estado de nuestras ciudades y sectores y eso es un lujo que no nos podemos dar.