Hoy, en este lado del mundo, nos detenemos para conmemorar el Día de los Muertos. Una jornada que, aunque teñida de luto, se convierte en un acto de gratitud y reflexión. La tradición, arraigada en la esencia latinoamericana, nos invita a recordar a quienes ya no están físicamente con nosotros, a revivir sus risas, sus palabras y sus lecciones, manteniéndolos vivos en nuestros recuerdos. Esta festividad es un tiempo para habitar la memoria, un espacio sagrado al que solo accedemos desde nuestras experiencias compartidas y emociones más profundas.
Las personas que hoy se acercan a los cementerios o simplemente miran al cielo, lo hacen no solo por nostalgia, sino porque allí reencuentran su propia historia. Cada recuerdo anclado en la memoria trae consigo la enseñanza de vidas coexistidas, de caminos recorridos y, sobre todo, de amor compartido. Es en estos actos donde el pasado y el presente dialogan y donde cada fragmento de recuerdo se convierte en un agradecimiento por el tiempo vivido al lado de quienes nos marcaron.
A pesar de los avances de la ciencia, la frontera entre la vida y la muerte sigue siendo un misterio que ningún conocimiento humano ha logrado descifrar por completo. Para algunos, esta frontera se traduce en un cielo o un infierno, para otros, en la posibilidad de una vida eterna donde el dolor se disuelve y solo queda la paz. Sea cual sea la creencia, la incertidumbre nos hace valorar aún más lo efímero y eterno de las relaciones, de los afectos y de las enseñanzas que quedan.
Hoy recordamos desde el amor, el sentimiento más puro y profundo. Porque, como dice el saber popular, “solo mueren los que no se recuerdan”. Mientras las enseñanzas y las lecciones de quienes ya partieron sigan vivas en nuestra memoria, ellos también lo estarán, presentes en una sonrisa nostálgica, en un recuerdo cómplice, en una lágrima que se transforma en alegría. Este día no es solo para llorar a los que ya no están, sino para celebrar lo que dejaron en nuestras vidas: un legado de amor y de memorias que mantienen viva su esencia en cada latido de nuestro corazón y en cada mirada al cielo.
Honremos sus vidas desde la gratitud y celebremos su permanencia en cada recuerdo que hoy revive, porque, aunque la vida sea breve, el amor y las memorias la extienden más allá de lo tangible. En cada mirada al cielo y en cada latido, se perpetúa la esencia de quienes nos acompañaron. Al recordarles con alegría y gratitud, les damos el lugar que merecen: un rincón eterno en nuestra memoria, donde siempre estarán vivos, presentes en el eco de nuestras risas y en la paz de nuestros silencios compartidos.