Hace más de dos mil años, José y María emprendieron un viaje desde Nazaret a Belén. Obligados por un decreto del emperador César Augusto, debían registrarse en un censo, una orden que no admitía excepciones y que transformó su vida en una travesía incierta. María, a punto de dar a luz, tuvo que enfrentarse a la dureza del camino, al igual que millones de familias migrantes en el mundo actual, cuyas vidas quedan marcadas por decisiones ajenas, a menudo implacables.
La imagen de Jesús naciendo en un humilde pesebre resuena hoy en cada niño que llega al mundo lejos de su tierra natal. En Siria, por ejemplo, la guerra ha desplazado a millones, forzando a familias enteras a huir en busca de seguridad. Niños nacen en campamentos de refugiados, en barcos frágiles o en países donde sus padres nunca imaginaron establecerse. Como Jesús, estos niños llevan consigo el peso de un destino decidido por fuerzas que escapan al control de sus familias.
Sin embargo, en medio de la adversidad, valores como la hermandad y la solidaridad persisten, como faros que guían a la humanidad. Así como los pastores y los sabios acudieron a adorar al niño Jesús, muchas comunidades hoy extienden sus manos para acoger a quienes buscan refugio. Familias abren sus hogares, organizaciones trabajan incansablemente y naciones reconocen que la migración, cuando es ordenada y segura, enriquece a las sociedades.
La migración es un hecho inherente a la humanidad. Desde el éxodo bíblico hasta los desplazamientos masivos por conflictos actuales, siempre ha sido motor de cambio y desarrollo. Las grandes ciudades, los avances culturales y las economías florecientes se han construido con las manos y los sueños de quienes se atrevieron a cruzar fronteras.
Sin glorificar la migración irregular, es importante reconocer las raíces de este fenómeno: guerras, pobreza, desastres climáticos y persecuciones que empujan a millones a abandonar sus hogares. Como en tiempos de José y María, no son decisiones fáciles, sino muchas veces actos de supervivencia.
En este momento de la historia, nuestra respuesta como humanidad es crucial. Podemos ser los posaderos que cierran las puertas o los pastores que comparten lo poco que tienen. Al igual que hace 2025 años, la elección entre la indiferencia y la compasión sigue marcando la diferencia entre la desesperanza y la vida.
La migración, como el viaje a Belén, es un recordatorio de que todos somos caminantes en busca de un lugar donde nuestros sueños puedan nacer. Tal vez, el mayor regalo que podemos ofrecer a quienes llegan es el mismo que recibió Jesús: la bienvenida.