Crónicas de la educación rural sancarlina

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Por Carolina Marín y Pedro Valenzuela|

La educación ha sido un tema fundamental desde los inicios de la República, ya en 1837 cuando se crearon los primeros cuatro ministerios del país, encontramos el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, siendo primera autoridad Diego Portales. A mediados del siglo XIX, se promulgó la Ley General de Instrucción Primaria (1860), la que significó que la escuela pública, fiscal o municipal pasaba a ser gratuita y todos los gastos relativos a estos establecimientos serían financiados por el Estado y los municipios correspondientes.
Pese a todos los esfuerzos de la época por entregar una educación elemental y garantizar que fuera gratuita para todos los chilenos, el proyecto educacional sufría del mismo mal que ha sufrido el país por 200 años: la gran mayoría de los proyectos educativos se centraba en la capital y en las principales ciudades de regiones.
Para el año 1885, el 42% de la población nacional vivía en zonas urbanas, mientras el 58% -es decir 1.464.216 personas- lo hacía en el campo, Chile era un país ampliamente rural. En el caso de San Carlos en esa época la ruralidad era aún más marcada, el 76% de los habitantes vivían fuera de la ciudad, cifra que comparada con el último censo de 2017, ahora solo el 37,3% de los sancarlinos vive en el campo. Sobre la posibilidad que tenían estas personas de educarse, el mismo censo de 1885 plantea que en San Carlos tan solo 796 hombres y 457 mujeres iban a la escuela (1 cada 32 personas). Esto significaba que la mayor parte de los habitantes eran campesinos con pocas posibilidades de asistir a la escuela ya que para ellos la vida era vivir y trabajar en las labores del campo.
La bajísima cifra de personas educadas, generó repercusiones en las autoridades que decidieron abrir más escuelas, con el objetivo de que una mayor cantidad de gente tuviera acceso a ellas y a una formación en cuestiones esenciales como saber leer y escribir.
Con el paso de los años las escuelas fueron aumentando en número, pero seguían concentradas en las ciudades. Poco a poco se intentó llevar la educación a los sectores apartados de la ciudad, creando escuelas rurales que hicieran de la formación escolar algo útil y significativo. Los primeros indicios de un proyecto educacional centrado en los sectores rurales fueron a partir de la reforma educacional de 1927, fecha en que el decreto 7500 sobre educación decía que las autoridades locales debían hacerse cargo de la educación, con el fin de que esta se adaptara a las características de cada una de dichas localidades.
Además de lo anterior, se planteaba la creación de “escuelas rurales” y “escuelas granjas”, cuya ubicación iba a depender de las posibilidades que otorgara cada localidad. Sumado a esto, con el objetivo de llegar a la mayor cantidad de niños posibles, el artículo 19 establecía que los dueños de propiedades agrícolas cuya población escolar (dentro de sus haciendas) fuera de veinte alumnos o más, estaría obligado a ceder gratuitamente al fisco un edificio en el que se pudieran hacer clases, los terrenos debían tener como mínimo media hectárea y debía estar “ubicada en lugar de fácil acceso y al lado del camino público o vecinal”.
Las escuelas rurales, cumplieron la misión de llegar a esos vecinos de la comuna que no tenían la posibilidad de trasladarse hasta la ciudad de San Carlos a realizar sus estudios, por lo tanto los establecimientos que al principio contaban con lo mínimo para funcionar, ya que surgían desde el propio interés de los sectores donde se situaban, con el tiempo se fueron posicionando hasta convertirse en la actualidad en núcleos de socialización y lugares de encuentro para la comunidad a la cual pertenecen, pero siguen los modelos de enseñanza tradicional que se entregan en la ciudad.
A pesar de que la legislación haya considerado un plan especial para la enseñanza rural recién desde la década de 1920, esto no quiere decir que no hayan existido proyectos locales de educación para la comunidad tales como la Escuela de Cachapoal. Su creación se remonta a 1910, cuando se estableció la escuela N° 13 de hombres; dos años después fue construida la escuela N° 12 de mujeres y ambas se fusionaron en 1953, formando la Escuela Coeducacional N° 13. Al año siguiente sufió un terrible incendio que la destruyó casi por completo, pero gracias a los vecinos y la comunidad educativa se volvió a levantar. En 1965 se reconstruye dando paso a la Escuela F176 como se conoce hasta el día de hoy. Dentro de sus estudiantes podemos destacar a la actual concejala Srta. Lucrecia Flores, quien estudió en esta escuela, que ella misma reconoce como “una escuela de calidad y pujante”.
Otra escuela que merece ser reconocida es la Escuela Básica Las Arboledas, que también lleva décadas formando niños y niñas. Desde 1961 su primer director don Héctor Baeza Sáez y profesores como María Salinas Torres, Miguel Iturra Pedreros y Aurora Landaida Jaque formaron una larga lista de estudiantes y su labor ha sido legada hasta el día de hoy, destacando sus 26 años de excelencia académica. Hoy por hoy, gracias al equipo docente de don Jaime Rebolledo, Marielle Yáñez, Valentina Duran y Cynthia Sepúlveda se educan allí 230 niños y niñas.
A pesar de que estos decretos de 1927 fueron derogados rápidamente el año siguiente, dejaron una línea de trabajo sobre la que se construyeron más tarde otros proyectos. La idea de las “escuelas granjas” como forma de educar a los niños de los sectores rurales se hizo patente en 1945, cuando se aprueba un plan elaborado para un ensayo educacional en la zona experimental de San Carlos, que indicaba que “el Gobierno debe considerar, la calidad de la enseñanza rural que se imparte, puesto que corresponde a la educación formar al hombre de trabajo social y técnicamente capacitado para colaborar con éxito la aplicación del Plan Agrario”.
Dentro de este proyecto del ‘Plan San Carlos’, en 1944 puso en marcha construcción de la Escuela Granja N° 40, que se ubicó en el kilómetro 0,3 del camino San Agustín. Es por este motivo que la Escuela Granja se piensa como un lugar de educación tradicional, pero que también incluye asignaturas relacionadas con el agro, enseñando formalmente a los niños sobre el trabajo agrícola y ganadero. Esta escuela funcionó hasta 1989, cuando es trasladada al km. 3 en el sector El Obelisco, recibiendo este nombre y el terreno que quedó desocupado se transformó en el actual Liceo Agrícola que incluyó capacitación técnica de nivel medio además de contar con un internado para los estudiantes que se educaron ahí.
De esta manera la educación rural, que en la actualidad ha debido sufrir las consecuencias de la pandemia mundial -mostrando su parte más compleja que es el acceso a los medios tecnológicos de comunicación y la dificultad de ponerse a la par con aquellos que tienen mejor acceso al mundo digital- es una realidad imposible de desconocer. Pero lo que dice la historia, es que frente a cada adversidad la educación rural se ha sobrepuesto y en los casos mencionados como en muchos otros, representa una oportunidad para los habitantes de los campos de educarse y en otros casos como los Liceos Técnicos Agrícolas, de recibir formarse como profesionales con herramientas y conocimientos especializados en la labor agrícola y ganadera. 

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