50 años del Golpe de Estado y la responsabilidad política

Hoy se conmemoran 50 años del último Golpe de Estado que ha tenido Chile y cuyas repercusiones en la memoria colectiva aún siguen vigentes por los episodios traumáticos que le siguieron, algo muy difícil de borrar en nuestra historia reciente.

Algunos dirán que ha pasado medio siglo y que es necesario dar vuelta la página, pero otros señalan que aún quedan elementos inconclusos en materia de derechos humanos, haciendo ver esto como un episodio que aún no se cierra.

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Algunos dirán que lo que ocurrió fue un Pronunciamiento Militar dado que las FFAA actuaron a petición expresa de los Diputados ante un Gobierno que cayó en la inconstitucionalidad, pero para otros se trató de un Golpe de Estado dado que no fue la totalidad de las FFAA que se rebelaron contra un Gobierno elegido democráticamente.

Algunos creen que el Golpe de Estado fue necesario porque la crisis política y económica  había llegado a un punto de no retorno, donde la polarización social e ideológica estaba a centímetros de una guerra civil, pero para otros, este Golpe Militar fue el detonante del terrorismo de Estado expresado en crímenes y violaciones a los derechos humanos.

Ante esto, podemos ver que cada perspectiva que se tenga proviene de un relato, ya sea que lo escuchamos o leamos, y cada opinión es respetable, siempre y cuando se haga con un mínimo de decencia humana y con un mínimo de ética, en especial cuando se tratan temas que involucraron vidas humanas, porque la dignidad del hombre es superior a cualquier ideología, y su vida es el derecho natural más básico de todos.

Sin embargo, debe existir el esfuerzo de abordar un acontecimiento de esta envergadura como un hecho político de la historia más allá de la subjetividad, contemplando no solo los efectos de un evento, sino también su contexto y sus causas.

Considerando esto, podemos acordar que la historia del Golpe de Estado no parte en 1973, ni tampoco en 1970 cuando la Unidad Popular llega al poder, sino que el clima de odio comenzó en la década de los 60s con una fuerte división social, por ejemplo, cuando se aplicó la reforma agraria hubo despojos legalizados, y sobre todo, con la aparición de grupos extremos que abrazaron la vía de la violencia para llegar al poder y cambiar las estructuras fundamentales y tradicionales del Estado y la Sociedad de Chile.

Tampoco se debe dejar de lado el contexto internacional de Guerra Fría, donde ya es sabido por muchos que el gobierno norteamericano intervino en el derrocamiento de Allende, pero poco es sabido de las intervenciones más blandas que la KGB de la URSS hizo en apoyo a la izquierda chilena, aunque este sector político estuvo más embobado por el efecto de la revolución cubana.

Ahora bien, es cierto que un grupo político fue claramente superado y se constituyó en víctima por actos malvados que siempre se han de condenar y jamás justificar maquiavélicamente. Pero entonces ¿cómo fue posible que un grupo haya actuado de manera tan violenta? Es por la mentalidad de guerra que las FFAA y los grupos político-militares de Izquierda contemplaron en esta especie de guerra irregular, y en especial por el miedo a una revolución que jamás se hubiese podido concretar ya que las fuerzas políticas de la Unidad Popular nunca tuvieron la mayoría ciudadana ni los recursos para lograrlo, por eso, es entendible que la contrarrevolución haya sido mucho más dura.

Considerando lo anterior, se puede concluir que la realidad política es mucho más compleja que un relato y su lectura nunca ha sido en un blanco y negro, sino que hay matices que no se pueden dejar de lado, y ese matiz lo define no sólo la praxis política sino también la responsabilidad de los políticos que cada generación tiene para no llegar a un camino sin retorno cuyo destino es la tiranía del poder sin control.

Sobre lo anterior y de lo que se ha conversado en estos días, es bueno recordar un fragmento de la famosa carta que el líder demócrata cristiano Radomiro Tomic le escribió al General Carlos Prats días previos al Golpe de Estado, la cual dice: “sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros, pero unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero. Como en las tragedias del teatro griego clásico, todos saben lo que va a ocurrir, todos desean que no ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende evitar”.

Siendo así, nuestra responsabilidad como hijos de la Democracia, aquellos nacimos posterior a épocas de máxima violencia, es avanzar en el espíritu de la diplomacia interna, de que es necesario aprender a ceder para llegar a acuerdos dentro de los parámetros republicanos y no bajo las reglas populistas, para que los extremos políticos, aquellos que utilizan la violencia ilegítima como acción política para llegar al poder, no tengan parte en nuestro país y no volvamos a cometer los errores del pasado.

Esta sección es un espacio abierto, por lo que las opiniones vertidas aquí pertenecen exclusivamente a su autor y no necesariamente representan una mirada editorial.

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