El investigador del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA Quilamapu) y director del Proyecto de Fruticultura Sostenible, Jorge Retamal, alertó sobre los efectos de las larvas del suelo o larvas subterráneas en los huertos frutales de la Región de Ñuble.
“El monitoreo es clave, porque el ataque de larvas a las raíces de la planta reduce considerablemente su volumen radicular”, enfatizó.
Las larvas están activas durante el otoño y se alimentan de las raíces finas de los árboles frutales. Su presencia puede generar debilitamiento estructural en la planta, pérdida de vigor y disminución en la producción de la temporada siguiente.
Una de las especies identificadas como más agresivas en esta fase es el cabrito de la frambuesa. El investigador del INIA Quilamapu, Luis Devotto, señaló que el daño puede ser severo incluso con una sola larva presente en cada planta.
“Esta forma de alimentarse hace que el umbral tolerable de larvas sea muy bajo, ya que en muchos casos basta una larva por planta para producir la muerte de ésta”, indicó. Los expertos plantean que el monitoreo debe realizarse a través de calicatas o excavaciones en puntos representativos del terreno.
El ingeniero agrónomo, Daniel Ortiz, explicó que las excavaciones deben ser de 30×30 centímetros y 40 de profundidad, distribuidas en diez puntos por hectárea. “Si se confirma que atacan frutales, entonces se debe definir la mejor estrategia de control”, añadió.
El profesional destacó que no todas las larvas detectadas corresponden a plagas. Algunas especies cumplen funciones en el ecosistema del suelo, por lo que es clave una identificación correcta antes de aplicar cualquier tratamiento.
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Control biológico y advertencias sobre químicos
Frente a la presencia confirmada de larvas perjudiciales, se sugiere aplicar control biológico mediante el uso de organismos entomopatógenos.
La ingeniera agrónoma, Marta Rodríguez, precisó que existen alternativas disponibles que atacan únicamente a las larvas sin perjudicar los cultivos. “Estos productos tienen la ventaja de no dejar residuos químicos y de actuar de forma precisa sobre el objetivo, sin dañar el ecosistema del suelo”, afirmó.
Rodríguez advirtió que el uso de insecticidas sin diagnóstico puede ser contraproducente. “Aplicar productos por calendario, sin saber si realmente hay plaga o cuántas larvas hay, es un grave error”, advirtió.
También señaló que esta práctica puede generar gastos innecesarios y dejar residuos en la fruta destinada al consumo humano.
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Los especialistas coinciden en que la identificación precisa de las especies presentes en el suelo permite tomar decisiones técnicas más acertadas.
Además, destacan que el uso preventivo de productos sin confirmación de plaga puede derivar en impactos negativos para el ecosistema agrícola.
La recomendación es actuar en otoño, ya que en esta etapa las larvas están en su fase más activa bajo tierra. Ignorar su presencia puede significar pérdidas para toda la temporada siguiente en términos de productividad y salud de los cultivos.